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¡Voto a tal! -respondieron-, y por el nacimiento de quien vuesa merced quisiere, juro, señor don Quijote de la Mancha, que yo soy su escudero Sancho Panza, y que nunca me he muerto en todos los días de mi vida; sino que, habiendo dejado mi gobierno por cosas y causas que es menester más espacio para decirlas, anoche caí en esta sima donde yago, el rucio conmigo, que no me dejará mentir, pues, por más señas, está aquí conmigo.

Ganaba este por todos, porque si el que venía a curarse no traía bulto debajo de la capa, no sonaba dinero en faldriquera, o no piaban algunos capones, no había lugar. Tenía asolado medio reino. Hacía creer cuanto quería, porque no ha nacido tal artífice en el mentir; tanto, que aun por descuido no decía verdad.

Su madre era la que hablaba con más frecuencia. Tòni repetía con voz sorda las mismas excusas: «No . El capitán va á llegar de un momento á otro...» Pero al verse fuera del salón y de la casa, estalló su cólera contra él mismo, contra su maldito carácter que no sabía mentir, contra todas las mujeres, malas y buenas. Creía haber dicho demasiado.

-Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho -respondió don Quijote-, mas quiérote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras; porque de otra manera, sería contravenir a las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de relasos, y el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir.

Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la pendencia, vino a decir: -Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y así la conozco como si la hubiera parido; y ahí está mi asno en el establo, que no me dejará mentir; si no, pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo quedaré por infame.

Entonces Cristeta se la levantó suavemente con ambas manos, y mirándole de hito en hito, cual si quisiera leerle en las pupilas el secreto, dijo: Juan... ¡mientes! a ti te pasa algo. Hubo un instante de ese silencio que los novelistas llaman solemne. Quien hubiese podido bucear en el pensamiento de don Juan, habría visto que le repugnaba mentir.

Pero si el alto cielo en darme enojos No está con mi ventura conjurado, Y aqui no lleva muerte mis despojos, Quando me vea en mas felice estado, O si la suerte, ó si el favor me ayuda A verme ante Filipo arrodillado, Mi temerosa lengua casi muda Pienso mover en la real presencia, De adulacion y de mentir desnuda, Diciendo: alto señor, cuya potencia Sugetas trae las barbaras naciones Al desabrido yugo de obediencia: A quien los negros indios con sus dones Reconocen honesto vasallage, Trayendo el oro acá de sus rincones, Despierte en tu real pecho coraje La desverguenza con que una bicoca Aspira de contino á hacerte ultraje.

Pero, vamos a ver, una razón, usted una razón gritó Olvido, otra vez restituida a su natural frigorífico. El Magistral se puso un poco encarnado. Tuvo que mentir. Estoy convidado en casa de otro Francisco hace tres días; no puedo faltar, sería un desaire... ya sabe usted lo que son estos pueblos... qué dirían.... No había tal cosa. Nadie le había convidado a comer.

Le mortificaba mentir, y al mismo tiempo le faltaba valor para decirlo en crudo: ¡como que es necesario más coraje para decir a una mujer «ahí queda eso» que para tomar una barricada a pecho descubierto! En vano intentó hacer un llamamiento al amor físico. Cristeta se mostró refractaria a las caricias.

No era ninguna joven; yo esperaba este final; pero por fuerte y resignado que uno sea, estos golpes siempre se sienten. Al irse la pobre vieja, quedo libre. Era lo único que me ligaba a esta iglesia, en la que ya no creo. Su dogma es absurdo y pueril, su historia un tejido de crímenes y violencias. ¿Para qué mentir, como otros, fingiendo una fe que no siento?