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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Vino a sacarle al pobre Felipe de aquel apuro un coche que, apareciendo por una avenida transversal al trote largo, se detuvo en la de la Muette, al mismo tiempo que asomando medio cuerpo por la portezuela, gritaba un caballero con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Alto, señores, alto; deténganse ustedes! Era el anciano conde de Mengis, a quien reconocieron al punto Felipe y Amaury.
Estas palabras fueron dichas con tan fría entonación que Antoñita no pudo menos de estremecerse; pero no dijo palabra, y acercándose al conde de Mengis le rogó que permaneciese aún en la casa unos cuantos minutos. Así lo hizo el conde, y cuando Antoñita, pudo hablarle a solas, le enteró de las palabras de Felipe, de las reticencias de Amaury, y de sus tristes presunciones.
A fe mía que tengo hace mucho tiempo fuertes ganas de darte un buen tirón de orejas, y pues me lo aconseja un hombre tan respetable como el conde de Mengis, voy a saborear ese placer. Embebido en estas divagaciones no daba ninguna orden a su lacayo, que las esperaba sombrero en mano, hasta que cansado de aguardar, preguntó: ¿A dónde, señorito?
Ahora soy completamente feliz con esta unión, y me iré muy tranquilo al otro mundo. Pero no tenemos tiempo que perder; por lo menos yo, no puedo tener más prisa. La boda se habrá de efectuar dentro de este mismo mes. Como yo no puedo ni quiero salir de Ville d'Avray enviaré poderes e instrucciones al conde de Mengis para que me represente.
A propósito: ¿te acuerdas de que el año pasado el conde de Mengis, uno de mis amigos más antiguos, me pidió para su hijo único la mano de Magdalena? Yo se la negué, pero a falta de mi hija creo que no vacilará en aceptar a mi sobrina que es tan joven, tan rica y tan hermosa como ella. ¿Qué te parece, Antoñita, el vizconde de Mengis?
Diez minutos después, cuando Amaury entró en el salón, el conde de Mengis fijó en él su mirada compasiva y dijo a su mujer que reparase en los ojos enrojecidos del joven.
«Habiéndome dicho el señor conde de Mengis que un sobrino suyo al pasar por Heidelberg se enteró de que usted estaba en esa ciudad le escribo esta carta confiando en que será más afortunada que las anteriores cuya contestación aguardo todavía. »¿Qué es lo que le pasa, Amaury? Hace cerca de dos meses que nada sé de usted.
¡Oh! déjele venir exclamó Antoñita, aunque no sea más que para hacerse cargo del recibimiento que le hago y convencerse de que es muy difícil el tratar de desanimarle cuando persiste en sus visitas. ¿De veras? dijo Amaury. Juzgará usted mismo. ¿Cuándo? Desde mañana, el conde de Mengis y su esposa quieren consagrar a su pobre reclusa las tertulias de los martes, jueves y sábados.
Y apoyado en el brazo de su fiel criado, el anciano tomó el camino del cementerio para ir, como todos los días, a dar las buenas noches a Magdalena. Al siguiente día se presentó Amaury en casa del conde de Mengis, el cual no era un extraño para él, por haberle visto más de veinte veces en casa del doctor Avrigny.
¿Mi mano para Raúl? exclamó Antonia. Sí, para Raúl de Mengis, que sabías que ella no amaba, con la vaga esperanza tal vez, de que en el momento de que propusiera este casamiento, había de confesar que te amaba. Amaury cubriose el rostro con las manos, y lanzó un gemido. Me parece que he hecho perfectamente la autopsia de tu corazón, y el análisis de tus sentimientos.
Palabra del Dia
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