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Actualizado: 12 de julio de 2025
Razón tuvo Apeles de desdeñar el juicio del menestral, diciéndole: zapatero á tus zapatos; pero el zapatero no podía en cambio recusar á Apeles como juez de su calzado, ya que Apeles, si no sabía hacerle, tenía que pagarle, gastarle y andar con él cómodamente. Quiero decir con esto que, en todo caso, el artista y el poeta podrían rebelarse contra la censura.
El hijo del menestral, el criado de servicio, todo el que sabe leer y escribir, repugna el trabajo manual, y dice para sí: ¿por qué no he de estar yo también empleado? ¿Por qué el diputado no me proporcionará una bonita colocación?
En casa del rico, como en la del menestral, jamás faltaba un bien abastecido palillero, testimonio indiscutible de la refinada cultura de sus habitantes. Señaló don Rosendo un diván a su hijo en ciernes, y éste, asustado, dejóse caer en él hundiéndole profundamente.
Pregúntase entonces si la existencia de un honrado menestral, entre su mujer que le quiere y sus hijos que se hacen hombres poco a poco, no ofrece en realidad una suma de satisfacciones más verdaderas que aquellos mentidos placeres parisienses de que tan poco disfruta. ¿El, Delaberge, encadenado a su oficina, ocupado desde la mañana a la noche en dar vueltas a la rueda administrativa, no permanece extraño a las cosas del corazón y de la inteligencia cien veces más que ese propietario que vive olvidado en su pueblo?
Los honores y mercedes que antaño se ganaban por las grandes cosas que hacían los caballeros, hogaño las lograba cualquier menestral mediante un bolsillo de ducados. ¿Es cosa derecha preguntaba que el Rey se haga de caudales vendiendo hidalguías como trastos de almoneda o recargando a la nobleza de nuevos tributos y haciéndola pechera y villana?
El menestral me dió las noticias que deseaba con la mayor amabilidad. M. Guizot me perdone. ¡Pobre M. Guizot! El personaje de que se trataba era un prestidigitador, que tenia un teatro ó cosa parecida, en los alrededores del Odeon. ¡Confundí á M. Guizot con un titiritero!
También lo eran la envidia y el respeto que le inspiraba aquel pobre menestral marchando al encuentro de la muerte con otros seres igualmente humildes, enardecidos todos por la satisfacción del deber cumplido, del sacrificio aceptado. El recuerdo de Madariaga surgía en su memoria. «Donde nos hacemos ricos y formamos una familia, allí está nuestra patria.»
Mónica seguía: Yo tengo la tema de que los señores se gastan ustés el dinero con las que valen menos: toos los cabayeros de Madrid se están ustés arruinando por docenas de mujeres perdías y las mejores se las dejan pa los estudiantillos y los horteras. ¡Hay por ahí ca menestral, y ca señorita cursi..., y ustés gastándose el dinero con unos plumeros!
Los muros tenían pintado al fresco un gran zócalo, que llegaba hasta la mitad; de allí arriba, enjalbegados como la casa de un menestral, pendían de ellos varios retratos al óleo de caballeros y damas del siglo XVIII. Estos retratos, que eran los de los antepasados de Isabel, llamaron poderosamente la atención de los convidados.
De la cazuela salió entonces una voz que gritó: Fué Pepe de la Esguila. Las miradas del público se dirigieron hacia este menestral, que se hizo el distraído sacando la boquilla del cornetín y sacudiéndola; pero estaba cada vez más colorado. Si no sabe tocar que se vaya a la cama gritó la misma voz.
Palabra del Dia
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