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Actualizado: 2 de junio de 2025


Lóndres, en 1856, ha dado al mundo un espectáculo repugnante: la propiedad y la vida amenazadas é inseguras; los ciudadanos, en medio de las calles, apaleados; los robos y los insultos hechos de dia en medio de la metrópoli; los caminos todos de los alrededores de Lóndres cubiertos de mendigos, que se ocupaban en acometer y maltratar á las mujeres desvalidas.

Presión grande hubo de hacer sobre su espíritu la desgraciada mujer para resignarse a tan atroz desventura... ¡Ser llevada a un recogimiento de mendigos callejeros como son conducidos a la cárcel los rateros y malhechores! ¡Verse imposibilitada de acudir a su casa a la hora de costumbre, y de atender al cuidado de su ama y amiga!

En Cádiz no han abundado tanto como en otros lugares los mendigos haraposos y medio desnudos, esos escuadrones de gente llagada, sarnosa e inválida que aún hoy nos sale al encuentro en ciudades de Aragón y Castilla.

Desde las autoridades hasta los mendigos, la fama de mis riquezas, la leyenda de las carretas cargadas de oro, inflamó todos los apetitos. La prudencia ordenaba, como un mandamiento santo, que abandonásemos parte de los tesoros, las mulas y las cajas de comestibles. ¿Y vamos a quedarnos aquí, en esta aldea maldita, sin camisas, sin dinero y sin comida? ¡Mas con la rica vida, vuestra señoría!

Usted habrá visto arrastrando una existencia de miseria artistas de hermosa voz, que sin embargo cantan en los cafés como mendigos. La gente se indigna contra esta injusticia de la suerte. Hay que ayudarlos, hay que llevarles a la ópera. Y cuando van a ella, el fracaso más desolador acompaña su intento. Saben cantar bien una romanza, pero no pueden con una ópera entera.

Al Señor Mayorazgo no lo quieren ni los arroases de la mar, ni los Demonios del Infierno. ¡Será para Dios Nuestro Señor! Se oyen pasos en el corredor, y los mendigos callan. La Rebola echa en el fuego un haz de sarmientos que ahuman y chascan bajo las lenguas de la llama, y una gran hoguera irrumpe de pronto.

Comía lo preciso para no morirse de hambre en alguna taberna de los barrios bajos, y dormía por cuatro cuartos entre mendigos y malhechores en un desván destinado a este fin. En cierta ocasión le robaron, mientras dormía, los pantalones, y le dejaron otros de dril remendados. Era en el mes de Noviembre.

Tambien la hipocresía es del hipócrita, y la maldad es del malvado, y el adulterio es del adúltero, y las traiciones son del traidor. ¡Es mio! No, no es tuyo, para levantarte contra Dios, contra la creacion y contra el hombre. Para eso no tenemos nada; para eso todos somos mendigos.

Las tres cuartas partes del tiempo, la avidez se hincha con la opulencia, ¡y los más mendigos no son los más pobres!

Eran gentes acostumbradas a verse todos los días, siempre las mismas, a idéntica hora, y sentían revuelta su curiosidad cuando un rostro extraño alteraba la monotonía de su existencia. Retirábase hacia el fondo del claustro, cuando algunas palabras de los mendigos le hicieron retroceder. Ahí viene el Vara de palo viejo. ¡Buenos días, señor Esteban!

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