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Actualizado: 10 de junio de 2025


Melia meditaba sentada en un banco, con la cabeza oculta entre las manos; pero cuando la levantó, el día, ya bastante adelantado, le permitió distinguir todos los objetos que la rodeaban, y se estremeció de horror y de asco.

Melia comenzó por bendecir a la Providencia porque había protegido con tanta solicitud a toda aquella honrada sociedad, que el brick mecía sobre las aguas; porque, gracias a la incuria que de momento reinaba a bordo, si una tempestad se hubiese elevado durante la noche, todo se hubiera ido a rodar, El Gavilán, Kernok, la tripulación y los diez millones, ¡qué lástima!

Provenía de una cuchillada que el pirata le había dado en un arrebato de celos. Y como hay que juzgar siempre la fuerza del amor por la violencia de los celos, se comprende que Melia debía pasar unos días de ensueño al lado de su dulce dueño. Bajaron los dos juntos. Al entrar en la cámara, Kernok se arrojó sobre un sillón y ocultó la cabeza entre las manos, como para escapar a una visión funesta.

Melia quiso rehusar, pero, ¿cómo resistir a su dulce amigo? ¡Vivan los camaradas y los bravos hijos del capitán de El Gavilán! dijo Kernok después de haber bebido. ¡Hurra! contestó la tripulación en voz fuerte y sonora. La orgía había llegado a su apogeo.

Ivona continuó: Que hayas arrojado al mar a tu bienhechor después de haberle dado de puñaladas, pase; tu alma irá a Teus; pero que hayas herido a Melia sin matarla, eso está mal; porque para seguirte, ella ha abandonado ese bello país donde se crían los venenos más sutiles, donde las serpientes juegan y se enlazan a la claridad de la luna, confundiendo sus silbidos, donde el viajero oye, estremeciéndose, el estertor de la hiena, que grita como una mujer a la que se estrangula; ese bello país, donde las víboras rojas producen unas mordeduras mortales, que llevan en las venas una sangre que las corroe.

El pirata permaneció solo unas dos horas, encerrado en la cala al lado de los restos de Melia. Allí desahogó su dolor, porque cuando subió al puente, su rostro estaba impasible y frío. Solamente, un poco antes de su regreso, un grito doloroso se había oído y una masa informe había desaparecido entre las aguas. Era el cadáver de Melia.

Y como aquellas gentes que, medio dormidas aún, creen salir de un sueño penoso haciendo algún movimiento violento, exclamó: ¡Que el infierno se lleve a Melia, a sus estúpidos consejos y a mismo por haber sido tan tonto en seguirlos! ¿He de dejarme intimidar por esas mojigangas, buenas para asustar a las mujeres y a los niños? ¡No, voto a tal! no se dirá que Kernok... ¡Ea! prometida del demonio, habla pronto; tengo que marcharme. ¿Me oyes?

Este se esquivó prontamente, juzgando que su capitán no estaba aún en una situación de espíritu bastante apacible para soportar pacientemente sus eternas contradicciones. Cálmese, Kernok dijo tímidamente Melia . ¿Cómo se encuentra usted ahora? Muy bien, muy bien. Estas dos horas de sueño han bastado para calmarme y desechar las ideas tontas que esa maldita bruja me había metido en la cabeza.

¿La sorpresa? ¡Ah! es verdad; escucha... Y dijo dos palabras al oído de Zeli. Este retrocedió con aire de extrañeza, abriendo su enorme boca. ¡Cómo!... ¿Usted quiere...? Claro que lo quiero. ¿No es una sorpresa? Y famosa por cierto... Voy, capitán. Kernok subió también al puente con Melia. A su presencia se sucedieron nuevos gritos de alegría.

Se oyó un tiro de pistola; después un grito penetrante salió de la cámara de Kernok; Zeli se precipitó hacia ella; no era nada, una miseria. Figuraos que Kernok, un poco excitado por el grog, había elogiado mucho su habilidad a Melia. Te apuesto le decía que de un pistoletazo te hago saltar el cuchillo que tienes en la mano.

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