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Actualizado: 6 de junio de 2025
Aquel día don Manuel sentía en el pecho un dolor agudo y persistente, un zumbido penoso en la cabeza.... ¿Iría a morirse ya? El hidalgo de Luzmela aseguraba que no tenía miedo a la muerte, que habiendo meditado en ella durante muchas horas sombrías de sus jornadas, no había salido de sus fúnebres cavilaciones con horror, sino con la mansa resignación que deben inspirar las tragedias inevitables.
Pero recobrando su expresión impenetrable, añadió: Sin duda el duque de Lerma, después de haber meditado, ha conocido que le conviene estar bien con don Juan y conmigo. Dios se lo pague á su excelencia, aunque por su conveniencia lo haya hecho. Y... don Juan, ¿dónde anda que junto á vos no le veo?
Rosas no ha inventado nada; su talento ha consistido sólo en plagiar a sus antecesores y hacer de los instintos brutales de las masas ignorantes, un sistema meditado y coordinado fríamente. La correa de cuero sacada al coronel Maciel y de que Rosas se ha hecho una manea que enseña a los agentes extranjeros, tiene sus antecedentes en Artigas y los demás caudillos bárbaros, tártaros.
Pedro, después de haber meditado sobre ese capítulo, acabó por explicarse tal reserva merced a una razón que parecía verosímil: sin duda hubo al principio de parte de Pierrepont, dados sus antecedentes y opiniones, disgusto y extrañeza al considerar cómo un nombre de los humildes orígenes de Jacques se atrevía a poner sus ojos en una joven de elevada cuna, que era al mismo tiempo casi una parienta del marqués, porque ya en más de una ocasión, aun en medio de su franca amistad, había advertido Fabrice cómo tras del amable dilettantismo de Pedro asomaba en ocasiones una punta de protección aristocrática, cual si su amigo pretendiese arrogarse con respecto a él el papel de Mecenas.
Pero si hubiese meditado los resultados de las pequeñas dósis propinadas por el principio de los semejantes, tal vez hubiera proclamado la superioridad de este método al de la espectacion, porque ayuda á la naturaleza sin contrariarla, y sin traspasar sus tendencias.
Se sentaba en su bufete; se colocaba delante el libro en blanco, donde iba vertiendo sus ideas conforme se le ocurrían, salvo el ponerlas más tarde en orden según un plan sabio y bien meditado; tomaba la pluma por último; pero todo era en balde. No se presentaba nada claro y concreto que decir.
¡Tendría gracia! exclamé después de haber meditado un rato, sonriendo a una idea que me asaltó de pronto. Me propuse, sin embargo, ser más cauto, procurando aparecer las menos veces posible en público con las monjas. En cambio me esforzaba por que los ratos de conversación dentro de casa se prolongasen.
Bermúdez que, por lo que le decían aquellas palabras y lo que leía en la voz y en el aspecto lastimoso de aquel hombre a quien tanto había estimado y estimaba, calculaba la intensidad del daño que le había hecho con su violenta medida, sintió muy hondos pesares de no haberla meditado más, y maldijo la negra fortuna que le conducía a extremos tan rigurosos.
De todas suertes la mataba. Pero, aunque no la matase, ¿no sería cualquiera de estos procederes míos cien veces más vil y más odioso que todos los pecados juntos de la marquesa, suponiéndolos ciertos y comprobados? ¡Y mi padre, tan honrado y tan bueno, no lo ve así! ¿En quién estará la ceguera?... En él, en él solo, que no ha meditado el caso «en frío y con calma», como quiere que yo lo medite y como, ya lo estoy meditando... También él le meditará así, y entonces estaremos de acuerdo los dos. ¿Pues no hemos de estarlo!
El aspecto de M. Grévy me trae a la memoria un pensamiento de La Bruyère, que él sin duda ha meditado: «Los franceses aman la seriedad en sus príncipes». Aquel rostro es de piedra; las facciones tienen una inmovilidad de ídolo, los ojos no expresan nada y miran siempre a lo lejos, los labios no tienen color ni expresión.
Palabra del Dia
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