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Actualizado: 20 de junio de 2025


Los dos habían visto entrar a Germana y habían adivinado sin esfuerzo el mal que la mataba. El pintor profesaba una filosofía alegre, como todo el que digiere bien. Yo, señor decía a su vecino , si nunca llegase a padecer del pecho, lo que no es probable, no me apartaría en absoluto de mi régimen de vida. En todas partes se cura y en todas partes se muere.

Era dichosa, ciertamente, sonriendo entre dolores; era bien envidiable su destino; pero yo me quedaba sin ella en el mundo, y era su madre..., y moría por mi causa..., mejor dicho..., ¡Dios poderoso!, ¡la mataba yo! »Nada tuvo que hacer allí el médico. Delante de ella, infundiéndonos ánimo, parecíamos nosotros los enfermos.

Y volviéndose después a Jacobo, un poco pálida, pero perfectamente serena, añadió sin abandonar la ventana: ¡Creí que se mataba!... ¡Con estos diablos de niños no se gana para sustos! Jacobo habíase quedado aplanado en su asiento, y tartamudeó entonces: ¿Tienes aquí a Monina?... ¿Pues no la había de tener?... ¿Quién me separa a de mi niña?... ¿ no la conoces?... ¿Quieres verla?...

Cuando andaba tenía un aire marcial, al par que gracioso; corría como un gamo; tiraba pedradas con tanto tino que mataba los gorriones, y de un brinco se plantaba sobre el lomo del mulo más resabiado o del potro más cerril.

734 Andaba rodiao de perros que eran todo su placer, jamas dejó de tener menos de media docena, mataba vacas ajenas para darles de comer. 735 Carniábamos noche a noche alguna res en el pago, y dejando alli el rezago alzaba en ancas el cuero, que se lo vendía a un pulpero por yerba, tabaco y trago. 736 ¡Ah!, Viejo más comerciante en mi vida lo he encontrado.

Pero la Providencia, que no abandona a los buenos, le deparó su remedio en la casa misma de Obdulia, que le mataba el hambre algunos días, rogándole que la acompañase a almorzar; y por cierto que tenía que gastar no poca saliva para reducirle, y vencer su delicadeza y cortedad.

Preguntóme luego con no ménos amor, si sabia porque estaba allí. Respondí al varon santo, que sin duda por mis pecados. Eso es, hijo mió: ¿pero por qué pecados? habladme sin rezelo. Por mas que me mataba, no atinaba, hasta que la caridad del piadoso inquisidor me dió alguna luz.

Y mil veces la estuvo repitiendo en su interior con una sublime congoja en que le parecía que el alma quería salírsele por la boca. Pero su boca seguía muda. Quería gritar, romper en alabanzas de Jesús, desahogar los ímpetus fervorosos de su pecho, y no le era posible. Sentía una extraña opresión que la mataba con una muerte celestial que no trocara por cien vidas.

Por dicha, los mencionados señores expusieron su proyecto al Rey Don Juan II, apellidado con razón el Príncipe Perfecto, el cual, aunque vehementísimo en su cólera y de ímpetus tan vitandos que mataba a puñaladas a quien juzgaba que le ofendía, sin excluir al hermano de su mujer, reflexivamente era tan recto, tan temeroso de Dios y tan buen Católico, que rechazó el plan, indignado.

No había aguardado siquiera quince días para comenzar esta vida de perdío borracho, que no se había interrumpido desde entonces. Y no era lo peor que se gastase la mitad del jornal en beber vino, sino que cuando volvía borracho a casa la mataba a golpes. Y todavía no era lo peor que la matase a ella, sino que mataba también a sus hijos.

Palabra del Dia

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