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Pero, en general, se debe confesar que Martinán no se sumía en estas obscuridades de la lógica sino cuando algún paisano tenía la mala ocurrencia de hacerle beber quieras que no unas copas de aguardiente. Formaban la base de su sistema ciertos axiomas que consideraba fuera de discusión.

Pero yo no puedo creer que Bartolo se esconda, ¡vamos! dijo otro, recalcando el chiste de Martinán. Pues que se esconda ó no se esconda profirió Firmo, en cuanto le vea le salto todas las muelas. Podéis decírselo á ese zote. Y adiós, que me esperan.

Además Martinán, si no con palabras claras, de un modo indirecto había hecho saber á nuestro héroe que si casaba con su sobrina le daría cuatro mil reales en dinero, una pareja de novillas y un prado que poseía camino de Canzana que producía seis ó siete carros de hierba. Quino deseaba saber si uniéndose con Telva podría obtener las mismas ó mayores ventajas.

Ten entendido que cada peseta que aquí dejen os costará bastantes gotas de sudor... Y entre sudar debajo de la tierra ó á la luz del sol, es preferible esto último. No estoy conforme, D. Félix; no estoy conforme con eso exclamó Martinán disponiéndose placenteramente á entablar la discusión. El trabajo dentro de una mina, lo he oído decir en Langreo, es menos duro que fuera.

Como eran sin disputa los mineros más hábiles que hasta entonces trabajaban en el coto de Carrio, ganaban mucho más que los otros, y como no tenían familia, más de la mitad de su quincena entraba en el cajón de Martinán. Sin embargo, la entrada de los dos mineros produjo, como siempre, malestar en la taberna. Se les temía y se les odiaba generalmente.

Vaya, vaya, ojo con lo que hablas, porque si te descuidas te va á quedar la lengua fuera de los dientes. ¡Qué! ¿te ofendes porque te comparo con los animales? Pues, querido, lo mismo que yo todos tenemos algo, mayormente, del animal. ¿Será en las uñas? No... ¿Será en los dientes? Tampoco... Entrando en el terreno filosófico, que era su fuerte, Martinán se hallaba en el colmo de la alegría.

Al cabo de unos momentos de silencio uno de los paisanos le preguntó sonriendo: ¿Querías decir un recado á Bartolo? , una palabrita al oído nada más respondió el mozo fijando sus ojos airados en el techo. Nuevo silencio. Todos le contemplan con atención y curiosidad. Si tienes mucha prisa, esta misma noche antes de retirarme pasaré por su casa y se lo diré manifestó con sorna Martinán.

Se hallaban allí también sentados D. César de las Matas de Arbín, su primo, vecino y propietario de Villoria, quien jamás en su larga vida había dejado un año de oir la misa del Carmen en Entralgo, el tío Goro de Canzana, Martinán el tabernero, Regalado el mayordomo y algunos otros vecinos de la misma gravedad aunque no tan señalados.

Después que todos habían salido Martinán ejercitaba sobre él sus férreos silogismos respondiendo y replicando por los dos: « me dirás: el hombre que no come no puede vivir. Yo te responderé: el que come lo que no le conviene se pone enfermo y pierde en pocos días toda la carne y toda la sangre que ha ido guardando en medio año.

Sólo dentro del lagar de D. Félix, esclarecido por un candil, departían amigablemente cinco ó seis paisanos apurando vasos de sidra. Martinán les escanciaba.