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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Casi todos los hombres cuando duermen la siesta se levantan de mal humor. Con Martinán no rezaba esta miseria fisiológica: se levantaba más alegre que nunca, fresco y risueño como una mañana de primavera. ¡Míralo, míralo qué fresco y qué colorado se levanta ese zorro de la cama! exclamó uno.
Martinán no se desconcertó y con mayor jovialidad repuso: Gracias, Plutón; no esperaba menos de tus buenos sentimientos. Y de paso porque me gusta. ¡Hombre, tienes talento!... Pero no hagas tantos esfuerzos de inteligencia, porque te van á saltar los sesos.
Sin embargo, aquí el señor capitán va á recibir un buen bocado de indemnización, si como aseguran se abre, para explotar esas minas de Carrio, una vía de hierro. D. Félix tiene ahí muchas propiedades, y no dejarán de cortarle alguna manifestó Martinán el tabernero, hombre de cuarenta á cincuenta años, espantosamente feo, de ingenio sútil, disputador eterno.
¿No ha entrado aquí hace un momento Bartolo el de la tía Jeroma? Martinán, dando prueba brillante de diplomacia y corazón, le respondió: Sí; acaba de entrar, pero ha salido sin detenerse por la otra puerta y se ha metido en la pomarada. Firmo quiso seguirle. Martinán le dijo: Es inútil que le busques. La pomarada está más oscura que una cueva y tú no la conoces como él.
Seguro estoy que en esta parroquia no hay uno que no me envidie á Clavel... Iba á proseguir en su monólogo venturoso, pero en aquel instante entraron en la taberna Joyana y Plutón y sin dar siquiera las buenas noches pidieron dos cuartillos de aguardiente. Martinán se apresuró á servir por sí mismo á los mejores parroquianos que tenía.
Martinán, á quien conducían entre varios al interior de la casa, todavía tuvo fuerza para sonreir y decir con voz apagada: Tienes razón, mujer... Si hubiera estado ordeñando las vacas no me hubieran ordeñado á mí.
¿Por qué no sangras á ese cerdo? dijo Joyana al oído á su amigo. Plutón guardó silencio. Se escanció dos copas de aguardiente y se las vertió en el estómago una tras otra. Luego se alzó del asiento y se acercó con indiferencia al grupo en que se hallaba Martinán. ¡Jesús! exclamó éste poniéndose pálido. ¡Me han herido! Se llevó ambas manos á la cintura, vaciló un instante y cayó desplomado.
¡Vaya, vaya, tío, déjeme en paz! replicaba la chica exasperada y saliendo como un huracán por la puerta. Esto mismo le acaecía á Martinán con todos los que aprisionaba en las redes de su lógica. En vez de declararse rendidos y confesar que no tenían sentido común, ó se marchaban, ó se mofaban de él, ó le insultaban.
Los paisanos, temerosos de la venganza, no dieron declaraciones muy explícitas. Martinán, cuya herida cicatrizó antes de los treinta días, no por temor, sino por motivos puramente dialécticos, tampoco quiso declarar contra su agresor. ¿Qué gano yo con que él vaya á presidio? ¿Lo sufrido no está sufrido? ¿Podrá alguien quitármelo?... ¡Pues entonces!... Miseria humana.
Por lo menos atendía con más escrupulosidad si posible fuera que su futuro tío á los vasos y copas que cada parroquiano consumía y si en cualquier rara ocasión al buen Martinán se le pasaba sin cobrar alguno, Quino se lo recordaba al oído. Con esto la estimación que el filósofo le profesaba crecía algunos palmos. No dudaba que el hijo de la tía Brígida haría enteramente feliz á su sobrina.
Palabra del Dia
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