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Actualizado: 26 de mayo de 2025
No pases mas adelante Que mas lejos, abatido, Marchito y descolorido Verás al ombú gigante Hoy de la pradera rey: Y en su lugar la corona Verás alzarse del pino, Que unido al hierro y al lino Sirve al hombre en toda zona Para dar al mundo ley.
El largo y cálido verano no se hizo esperar. A medida que cada ardiente día se consumía en pequeñas neblinas color gris perla en las cimas de las montañas, y la naciente brisa esparramaba rojas cenizas sobre el panorama, la verde alfombra que la temprana primavera había tendido por encima de la tumba de Smith, se marchitó hasta secarse por completo.
Su figura es arrogante; su rostro marchito conserva las huellas de una hermosura singular; su tez es blanca, sus labios finos, sus ojos altivos. Es D.ª Beatriz de Moscoso, de la clara estirpe de los Moscosos, próxima deuda del capitán. Había llegado la noche anterior á Entralgo sobre un caballo con jamugas y acompañada de un solo criado espolique.
Al ver entre el follaje marchito de los árboles blanquear la casa de Rosa, se sintió aún peor impresionado. Acercose cautelosamente a ella, se escondió detrás de un árbol, y metiendo los dedos en la boca lanzó un silbido agudo y prolongado. A silbar de este modo le había enseñado su amigo Celesto en las correrías nocturnas que hicieran allá en la primavera.
Era un placer igual á una música suave y antigua, á un perfume de ramo marchito. Los recuerdos de ella mordían como lobos rabiosos y la perseguirían hasta la muerte. Por eso necesitaba vivir en una inconsciencia animal, asesinando todos los días su pensamiento con el alcohol.
Y adiós de nuevo y para siempre.» Cuatro años después de escrita esta carta, doña Mencía, apartada del mundo y de todo trato de gentes, salvo el de sus hermanas las religiosas, se consumió como si un fuego interior la devorase, se marchitó como rosa aromática en el ardor del estío, y entregó a Dios su alma en el convento de Santa Clara de Córdoba, edificando con su resignada, ejemplar y cristiana muerte a las pocas personas que por entonces la trataban.
Todo el cuerpo de Carmencita tembló, y sin dudar ni un segundo, sin volver la cabeza, despierta a la realidad de los sucesos, en una brusca sacudida de su ser, murmuró: Es Julio, que ríe. Doña Rebeca se rebullía en su cuarto con las crenchas blancas tendidas en enredada madeja, con los brazos secos alzados como las quimas de un árbol marchito que se elevase al cielo pidiendo venganza.
Palabra del Dia
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