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Al concluir el secretario del conde de M... la lectura del manuscrito, reinó un sepulcral silencio que al fin hubo de romper el conde para decir: Ya ven ustedes ahora cuál es el amor del cual se muere y cuál es aquél que no consigue matarnos.

Una vez, con unos cuantos compañeros suyos, publicó en el colegio un periodiquín manuscrito, y por supuesto revolucionario, contra cierto pedante profesor que prohibía a sus alumnos argumentarles sobre los puntos que les enseñaba; y como un colegial aficionado al lápiz pintase de pavo real a este maestrazo, en una lámina repartida con el periodiquín, y don Manuel, en vista de la queja del pavo real, amenazara en sala plena con expulsar del colegio en consejo de disciplina al autor de la descortesía, aunque fuese su propio hijo, el gentil Manuelillo, digno primogénito del egregio varón, quiso quitar de sus compañeros toda culpa, y echarla entera sobre ; y levantándose de su asiento, dijo, con gran perplejidad del pobre don Manuel, y murmullos de admiración de la asamblea: Pues, señor Director: yo solo he sido.

Doña Luz recibió con veneración el manuscrito del Padre, y no bien D. Acisclo la dejó sola, le abrió con ansiosa curiosidad y se puso a leerle. En su impaciencia hojeaba y recorría todas las páginas, devorando al vuelo su contenido, procurando comprender el conjunto, y dejando para después el leerlo todo con detenimiento. A poco de hojear, dio doña Luz con las hojas sueltas.

No quería decir que la suya lo fuese, mas si algún amigo se lo había dado a entender o si él mismo había encontrado en ella algo que le hiciera dudar de su fracaso, tenía por seguro que estorbaría su representación. Todos se asombraron de tal ruindad y la deploraron: algunos le propusieron que retirase su manuscrito del Español y lo llevase a otro teatro.

Lo que deseo afirmar es la autenticidad de los hechos fundamentales de la historia. El incidente del manuscrito despertó en cierta manera mis antiguas aficiones literarias. Me pareció ver en él la armazón de una novela.

En tan crítica situación me hallaba con el manuscrito en las manos, la boca abierta, los ojos asombrados, indeciso el magín y agitado el pecho, cuando vino á sacarme de mi estupor y á cortar el hilo de mis dudas la voz del cuarto de los personajes que el jurado componían.

Porque me he mirado a un espejo que tengo aquí colgado en la pared, y me he encontrado viejo, enfermo, horriblemente demacrado, con todas las señales de la tisis. He encontrado en mi mesa un manuscrito: manuscrito mío, no puedo dudar de ello. Ese manuscrito me ha dicho que he estado loco, que he soñado. Que he vivido muchos años, entregado a una pesadilla dolorosa y que despierto para morir.

Es una copia, detestable por todo extremo, de mediados ó fines del siglo XVI; de dos ó tres letras grandes y claras; bien conservada; fáltale la primera hoja, por lo cual el manuscrito comienza en el segundo de sus fólios que están paginados al mismo tiempo que la copia se hizo, y con estas palabras: ".... dellos mas de lo que yo cuento va á un lugar deleitoso, etc."

De intento y por su naturaleza, había de ser siempre un manuscrito; todo lo más, debía figurar en uno de estos archivos íntimos de familia, colección de documentos que eslabonan la generación presente con las que han dejado de existir; documentos que, en su manía escudriñadora, suelen encontrar en las arcas viejas los muchachos, los parientes, quienes se entretienen hojeándolos durante las tardes ociosas del otoño.

Trabajillo parece que costó convencer al populacho de que aquel charlatán ensartaba disparates. Así lo refiere el autor anónimo del ya citado manuscrito. Después de nueve años y medio de gobierno, y cuando menos lo esperaba, fué el virrey desairosamente relevado con el futuro conde de Superunda en julio de 1745.