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Actualizado: 2 de julio de 2025


La imagen, de piedra pintada, estofada y dorada, tiene un manto azul sembrado de estrellas de oro, que es lo que la da el título de Virgen de la Estrella. Usted que ha leído tanto, tío, tal vez no sepa la historia de esta capilla, mucho más antigua que la catedral.

No se encoja usted; no importa que lo estropee. ¡Parece que lleva usted un velo sagrado por el respeto con que lo trata! No vale la pena. Yo sólo uso esta capa en los viajes. Me la regaló un gran duque en San Petersburgo. Y para asegurar más su desprecio por el rico manto, embozó al joven en él, golpeando sus hombros para que amoldara más a su cuerpo.

Y el manto de la Virgen, el manto de brocado con ramos... ¡qué mono!, también es donativo suyo, en acción de gracias por haberse puesto bueno su marido.

Vestía de princesa extranjera del tiempo de Carlos III, de lama plata con recamos de oro, y manto de terciopelo azul. Un escote cuadrado dejaba ver con harta claridad lo que Pepa debía de considerar mas interesante en su persona, a juzgar por la predilección con que lo mostraba.

El viento, al mecer el trapo chorreante, fue manchando las piezas inmediatas, y un concierto de maldiciones y amenazas, de puños crispados y bocas que proferían las más feas palabras contra él y su madre, obligó al Zapaterín a recoger su manto de gloria y salir por pies, cubiertas de rojo cara y manos, como si acabase de cometer un homicidio.

Veía aún con la imaginación á su gentil chilena envuelta en un manto negro, lo mismo que las damas del teatro calderoniano, mostrando uno solo de sus ojos obscuros y húmedos, pálida, menuda, hablando con una voz que parecía un quejido.

Todo lo que una vírgen pierde en sombra, pierde en misterio; y todo lo que pierde de misterio, pierde de vírgen. Pero ¡qué pliegue para indicar el muslo! ¡Qué contorno para insinuar la cintura! ¡Qué manto para ocultar los piés! ¡Qué ondulaciones en el traje! ¡Qué suavidad de colorido! ¡Qué dulzura de sentimiento! ¡Qué expresion de actitud! ¡Qué pureza y qué fervor de alma!

En mitad del taller de cigarros comunes se formó un corro y se alzó gran vocerío alrededor de la Mincha, barrendera vieja, pequeña, redonda como una tinaja, que bailaba vestida de moharracho, con dos enormes jorobas postizas, un serón por corona, una escoba por cetro, un ruedo por manto real, la cara tiznada de hollín, y un letrero en la espalda que decía en letras gordas: «Viva la broma». Incansable, pegaba brincos y más brincos, llevando el compás con el cuento de la escoba, sobre las carcomidas tablas del piso.

A la noche siguiente, una mujer le esperaba en el mismo lugar donde otras veces había salido á su encuentro la difunta Correa. Pero esta mujer no estaba envuelta en un manto negro ni la acompañaba un niño. Avanzó sola hacia él, y al estar cerca, sacó un brazo que llevaba oculto en la espalda, mostrando pendiente de la mano una luz. Rosalindo la reconoció, aunque no la había visto nunca.

Ni el clamor de las olas, ni su cambiante manto de ópalo y plata y zafiro, ni los hermosos celajes abrasados por los rayos del sol moribundo serenaban jamás por completo su frente.

Palabra del Dia

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