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Actualizado: 16 de junio de 2025


Ahora, si se casa conmigo me hará buena vida; ¡eso !, me dejará hacer lo que me la gana, me tocará su flauta cuando se lo pida, y me comprará lo que quiera y se me antoje. Si fuera su mujer, tendría un pañolón de espumilla, como Quela, la hija de tío Juan López, y una mantilla de blonda de Almagro, como la alcaldesa. ¡Lo que rabiarían de envidia!

Que el cielo le oiga dijo uno , y yo prometo a San Francisco hacer dormir a mis criados sobre la piedra y no darles más que garbanzos cocidos con agua por espacio de nueve días. Que lo prendan, y yo prometo a la Virgen una hermosa mantilla y un anillo.

Eran viejas con mantilla y los pies descalzos; mozuelas vistiendo trajes blancos que habían sido destinados a servirlas de mortaja; mujeres que caminaban trabajosamente, como si arrastrasen sus vientres hinchados por ocultos y dolorosos desarreglos; todo un batallón de humanidad doliente escapada de la muerte por bondad del Señor del Gran Poder y su Santísima Madre, caminando detrás de sus imágenes para cumplir una promesa.

Venía ella con vestido de seda muy ceñido, que revelaba todas las airosas curvas de su cuerpo juvenil, y en la graciosa cabeza, sobre el pelo negro como el azabache, llevaba claveles rojos y una mantilla blanca de rica blonda catalana. La función hacía tiempo que había empezado.

Cuando se vio en la calle sintió la necesidad de desahogar su pecho. Pensó en María Josefa, que vivía allí cerca y que profesaba a la niña expósita tierno cariño. Entró en su casa agitada, trémula, y antes de pronunciar palabra dejose caer en un sofá, dándose aire con la punta de la mantilla. ¡Uf!

Pero también es cierto, ciertísimo agregué atemorizado que él está en el fondo de la casa, mirándonos a través de las paredes con sus ojos de ahorcado o de basilisco. Huyamos, entonces me propuso Nanela, echándose apresuradamente una mantilla de encajes sobre el cuervo de sus cabellos. Huyamos.

Luego la había perdido de vista, no encontrándola hasta muchos años después, cuando ya era novillero y comenzaba a tener un nombre. Fue un día de Corpus, una de las pocas fiestas en que las hembras, recluidas en su casa por una pereza oriental, salen a la calle como moras en libertad, con mantilla de blonda y claveles en el pecho.

Los hombres van de americana y pavero; las mujeres con flores puestas en el pelo a lo gitana, luciendo unas la mantilla de blonda blanca y otras la de casco de color con sedosos madroños negros, que sombrean dulcemente la cara.

, es claro.... ¿Cuándo toca la catedral? ¿pasado? pues pasado iré a la capilla con el vestido que he de llevar al baile. ¿Cómo puede ser eso?... Siendo... son cosas de mujer, señor curioso. El cuerpo se separa de la falda... y como pienso ir obscura... puedo llevar el cuerpo a confesar... y veremos el cuello al levantar la mantilla. Y quedaremos satisfechos. Así lo espero.

Á rial, para los dolientes volvió á exclamar la voz de la presidenta, con la mayor tranquilidad. Algunas piezas de á dos cuartos cayeron sobre la mantilla. Á rial para los dolientes añadió aún la mujer. Pero esta petición no produjo ya resultado alguno. ¿Cuántos semos? preguntó entonces aquélla.

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