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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Lorenzo y Ricardo volvieron a subir al coche-restaurant, en el que el mozo se ocupaba en poner en orden la mesa, cuyo mantel había sido arrastrado en parte por Melchor al levantarse. ¿Alguna otra cosa, señores?... Vamos a esperar al compañero. ¡Conforme! respondió el mozo, dirigiéndose hacia el pequeño mostrador del fondo, con movimientos idénticos a los de un pato que camina ligero.
Un toldo de tela rayada, adornada con plantas verdes, adornaba todo el patio y tres arañas difundían una viva claridad. El mantel estaba resplandeciente de cristalería y de plata; unas guirnaldas de flores serpenteaban alrededor de la mesa y servían de marco á un espléndido servicio de postres de antigua porcelana de la China, que procedía del tío Guichard.
A los cinco minutos de imaginarlo entraba Pateta en el comedor, donde, terminado el almuerzo, conversaba la familia tranquilamente antes de que Pepe marchase a su trabajo; doña Manuela y Leocadia estaban doblando el mantel, don José haciendo pitillos y Tirso hojeando un libro.
Debe tener de uno y medio a dos metros de ancha, y el espacio reservado para cada individuo puede ser de cincuenta centímetros próximamente. Lo primero se extiende el mantel sobre un muletón, que sobresalga de la mesa de treinta a cuarenta centímetros.
Calló el piano, guardándose su ronca y temblona voz de viejo, y el enjambre joven, atropellándose, corrió al comedor. ¡Vive Dios, que se estaba bien allí, sentados ante el blanco mantel, con los balcones abiertos y en los ojos el extenso paisaje, que, con la luz anaranjada de la caída de la tarde, iba velando sus tonos brillantes y parecía adormecerse!
El arte del seductor se extendía sobre aquel mantel, ya arrugado y sucio; anfiteatro propio del cadáver del amor carnal. Mesía se dejaba ver por dentro, más que por complacer a sus oyentes, por oírse a sí mismo, por saber que él era todavía quien era. «Las trazas del amor eran casi siempre malas artes; era un soñador el que pensase otra cosa.
Al orador no le faltaban palabras, pero las lágrimas le salían al camino y querían pasar primero; además, las malditas piernas se le desplomaban, según costumbre, y así, se le veía ir doblándose, y casi tocaba con la barba en el mantel, cuando siguió diciendo: ¡Ah, amigos míos!
Si don Modesto dejaba caer una aceituna en el mantel, Rosita se estremecía; si una gota de vino tinto, lloraba. Su abstinencia y su sobriedad llegaban a los límites de lo posible, y daban a entender que quería rivalizar con Manuela Torres, la famosa mujer del pueblo de Gansar, que había muerto recientemente después de haber vivido cuarenta años sin comer ni beber.
Engalanadas con colgaduras ostentaba sus casas el pobre suburbio de la Riberilla: quién había destinado a manifestar su civismo la colcha de la cama, quién las cortinas de la humilde alcoba, quién una sábana o mantel. Al ingreso de la barriada se alzaban arcos de triunfo, entretejidos con ramaje.
Al comienzo de nuestras relaciones he visto á Lea en peinador de seda, con unos zafiros de veinte mil francos en las orejas, almorzando unos arenques en una mesa sin mantel, en un plato desportillado y con vino de champagne bebido en tazas de cocina. El orden, el decoro de la vida eran letra muerta para ella. Lo importante, lo que ella satisfacía ante todo, era su capricho.
Palabra del Dia
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