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Actualizado: 28 de junio de 2025
Permanecimos sentados más de una hora en ese gran salón, cuyo mismo esplendor respiraba misterio. La señora Percival, la agradable dama patrocinadora y compañera de Mabel, viuda de cierta edad de un cirujano naval, entró donde estábamos nosotros, pero pronto se retiró, completamente trastornada, al tener conocimiento del trágico suceso.
Pude darme cuenta, por algunas que leí, de cuán enormes habían sido los beneficios que había obtenido de ciertas negociaciones verificadas en Sud Africa, mientras en otras se hacían alusiones a asuntos que para mí eran sumamente enigmáticos. La ansiosa actitud de Mabel era la de una persona que busca un documento que cree que allí está.
Entonces usted abriga la creencia de que ha sido asesinado para ocultar el robo. Movió la cabeza afirmativamente, con su cara siempre pálida y rígida. Pero recuerde, Mabel, que no existe prueba alguna de que se haya cometido un crimen. Ambos médicos, dos de los mejores de Manchester, han declarado que la muerte se ha producido debido a causas enteramente naturales.
Es posible que este hombre esté en posesión de algún secreto deshonroso del muerto, cuyo conocimiento, si se hiciera público, podría dar por resultado el descrédito de Mabel y su expulsión de la buena sociedad. Seton gruñó, se recostó en el respaldo de su silla y quedó contemplando el fuego pensativamente. ¡Por Job! exclamó, después de una breve pausa. ¿Si será eso así?
Sus privaciones y vida de sufrimientos cuando niña, mientras su padre se encontraba ausente en el mar, y esos meses de fatiga y caminatas en busca de los molinetes de Inglaterra, habían hecho su efecto en ella. Para Mabel, el amor casi no era una pasión o sentimiento, sino más bien un encanto ilusorio, un sueño que un hechizo de hadas destruía o afirmaba a su capricho.
¿Entonces nos ayudará usted? exclamé con vehemencia. ¿Puede usted salvar a Mabel Blair si quiere? Haré todo lo que pueda fue la respuesta de Hales, porque reconozco que se está tramando por alguna parte una ingeniosísima conspiración.
Para mí ha sido siempre un enigma. Y para mí también. Creo que se ocupaba en buscar la clave del secreto que llevaba consigo, el secreto que le ha legado a usted, según me ha dicho. ¿No le recordó a usted nada más? inquirí, recordando que este hombre debía haber sido amigo antiguo de Blair, por las observaciones que había hecho sobre Mabel, cuando era niña. Nada más.
Un coche nos llevó directamente de Charing Cross a la calle Great Russell, donde encontré una esquela de Mabel fechada en la mansión de la plaza Grosvenor, pidiéndome fuera allí en el acto que volviéramos de nuestro viaje. Apenas me lavé y arreglé un poco, lo hice, y Carter me condujo, sin ceremonia alguna e inmediatamente, al gran salón blanco y oro que tan familiar me era.
Poco después de mediodía, guardé mis cosas dentro de mi valija, e impelido por un poderoso deseo de regresar para poder defender los intereses de Mabel Blair, abandoné Lucca, partiendo para Londres. Babbo me acompañó hasta Pisa, donde cambiamos de trenes; él para retornar a Florencia y yo para tomar el coche-dormitorio del expreso que corre de Roma a Calais.
En seguida, Mabel me indicó, en voz baja, que deseaba verse a solas conmigo en el salón de la mañana; y cuando estuvimos los dos allí y hube cerrado la puerta, me dijo: Anoche he estado registrando la pequeña caja de hierro que hay en el dormitorio de mi padre, donde algunas veces guardaba sus papeles particulares, cartas confidenciales y otras cosas.
Palabra del Dia
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