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Actualizado: 28 de junio de 2025
Si el golpe cae, como tiene que suceder más tarde o más temprano, seré aplastada y quedaré perdida. No hay poder que pueda entonces salvarme; ni aun su fiel y noble amistad me servirá. Ciertamente, Mabel, que habla usted de una manera muy extraña. No la entiendo. Así lo creo fue su contestación breve. Usted no lo sabe todo.
Mabel d'Ornay se echó a reír: ¡Mi Huberto Martholl! ¡con qué posesivo comprometedor lo califica usted!... ¡Vaya! ¡ya está usted conquistada, mi pobre Alicia! Decididamente, trastorna la cabeza de todas las jóvenes, nuestro amigo.
Hubiera ido al Casino esa misma noche, Martholl le hubiera sido presentado, habría usted bailado con él, y hoy sería para usted una relación antigua, mientras que ahora ¿rescatará el tiempo perdido? ¡Bah! ¡no creo que sea tan grande el perjuicio! ¿Es usted, Mabel, quien tuvo la buena idea de traerlo por aquí? preguntó Juana de Blandieres. Sí, ha venido a vernos. ¿Se quedará mucho tiempo?
A la mañana siguiente, mientras estábamos almorzando, llegó un muchacho mensajero con una tarjeta de Mabel, en la que me pedía que fuese en el acto a su casa.
Gibbons y su esposa, viejos servidores de los antiguos dueños, estaban algo sorprendidos, según me pareció, de ver que yo solo había venido en compañía de su joven ama, a pesar de que Mabel les había explicado que deseaba hacer un examen de todos los objetos pertenecientes a su padre que había en la biblioteca, y que por esa razón me había invitado para que la acompañara.
Durante un momento vaciló, porque mis palabras, al parecer, le habían producido la más profunda impresión. Muy bien dijo tartamudeando, y me miró a la cara un segundo. Es un convenio, si así lo quiere usted. Deseo, Mabel, cumplir la promesa que le hice a su padre.
Pero el proceder de Mabel de venir aquí a verse con este hombre, fuera quien fuera, me llenaba de confusión y embarazo. ¿Por qué no se veía en Londres con él? cavilaba yo. ¿Sería tan poco presentable este novio, que su aparición en Londres fuese cosa imposible?
El acto que se llevó a cabo la siguiente tarde en la biblioteca de la mansión de la plaza Grosvenor fue, como puede suponerse, muy triste y penoso. Mabel Blair, vestida de luto, con sus ojos llenos de lágrimas, permaneció sentada y silenciosa mientras el abogado leyó secamente el testamento, cláusula por cláusula.
Este tal Dawson es el tipo más acabado de la mala educación y pésimos modales; sin embargo, le he alcanzado a oír que le decía a su hija, hace dos días, que estaba pensando seriamente en manifestarse a favor de la reforma y entrar en el Parlamento. ¡Ah! ¿qué diría la pobre Mabel si supiese semejante cosa?
Hace ya más de cinco años que soy su amigo, Mabel, y, por lo tanto, confío en que me permitirá cumplir la promesa que hice a su papá exclamé, poniéndome de pie delante de ella y hablándole con profunda solemnidad. Sin embargo, desde el principio debemos entendernos de una manera clara y formal.
Palabra del Dia
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