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No se concibe que ella converse con un mozo sin coquetearle. Una expresión de sufrimiento alteró las facciones de Muñoz. ¡Cómo debe quererla, el pobre! murmuró Lucía al oído de Charito. Y dirigiéndose a él: Adriana puede volver a quererlo, y en todo caso, de no quererlo Adriana, no ha de faltarle otra.

Fue la emoción visible en el rostro del viejo; y aun no había desaparecido del zaguán, de brazo del de la buena barba, cuando Lucía, demudado el rostro y temblándole en las pestañas las lágrimas, estaba en pie, erguida con singular firmeza, junto a la verja dorada, y decía, clavando en Juan sus dos ojos imperiosos y negros: Juan, ¿por qué no habías venido?

Vete, Sardiola dijo una débil voz desde el sofá; y Lucía abrió los ojos, y clavó su mirada en el camarero, con reconocimiento y autoridad. Pero señorita, eso de irme, y.... Vete, digo. Y Lucía se incorporó, tranquila en apariencia: Miranda oprimía en la diestra la faca.

¿Ana, adónde vas? ¿Qué tienes, Ana? ¿Salir del cuarto a estas horas? ¡Ana! ¡Ana! Déjame, niña, déjame. Hoy, yo tengo fuerzas. Llévame hasta la mitad del corredor. ¿Del corredor? : voy al cuarto de Lucía. Pues bueno, yo te llevo. No, mi niña, no se sentó un momento, con Sol a sus pies, le abrazó la cabeza, y la besó en la frente. Nada le dijo, porque nada debía decirle.

No iré en casa de Lucía; pero en cambio, y para estar seguros uno de otro, me vas a esconder esta noche en tu casa, de modo que pueda ser testigo de la visita del duque y convencerme por mismo de que no me engañas. No puede ser respondió altiva María. Pues bien dijo Pepe , ya sabes dónde voy en saliendo de aquí.

Al lado del Imám ardia un cirio que pesaba de cincuenta á sesenta libras: lucía noche y dia en el mes de Ramadhan, y estaban en él tan perfectamente combinadas las cantidades de cera y pábilo, que se consumia por completo en la última noche del citado mes.

Y ese día Lucía y Juan estaban en paz: ni permitía Juan, por parecerle como indecoro suyo, aquel llevar y traer de cóleras, que le sacaban el alma de la fecunda paz a que por la excelencia de su virtud tenía derecho.

En este género de versos, que prueban el espíritu, un tanto chancero, de Salinas, es donde más lucía su ingenio, que llegó hasta componer un poema burlesco sobre los Ejercicios de San Ignacio, que fué impreso después de haber corrido por largo tiempo manuscrito con no poca aceptación.

Dicho esto, muy avergonzada, pero muy satisfecha, Lucía subió á brincos la escalera, y dejó al Comendador no menos contento que ella iba. Cuando supo Clara que Lucía y el Comendador habían decidido casarse, se alegró en extremo.

Debe venir también un mozo que ha empezado a festejarme, a ; y entonces, si yo me pongo a conversar con él y usted con Lucía, Adriana no tendrá más remedio que "planchar". Todo lo iba hablando Charito sin advertir que Muñoz se había puesto pálido a las primeras palabras. Le costaba creer que Adriana vendría.