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Pero a falta de beneficio, el día de su santo la empresa le hizo regalo de una corona, y sus admiradores le llenaron el cuarto de flores y multitud de esas baratijas más o menos inútiles, como jarroncillos bomboneras, muñecos de loza y sortijeros. Cada uno de los que la regalaron, deseoso de mostrar su largueza o buen gusto, envió el obsequio al teatro.

Julián, entre embelesado y afligido, seguía con la vista el arreglo de las azules flores en los tarros de loza, el movimiento de las manos enflaquecidas al través de las hojas verdes. Notó que caía sobre ellas una gota de agua, gruesa, límpida, no procedente de la humedad del rocío que aún bañaba las hortensias.

Corrió el animal hacia su amo, el pequeñuelo alargó las manitas, y mientras el hombre sacaba de la cesta, y partía la dorada libreta, la muchacha, sin dejar de mirarle, apartó a un lado la ensalada, sacó la botella del tinto, la servilleta, las cucharas de palo, y sobre el hondo plato de loza blanca, con ribete azul, volcó el puchero de cocido amarillento y humeante.

La parte baja de los muros y los pavimentos se compone de lindos azulejos ó ladrillos finos de loza, de colores vivísimos, con las mas graciosas figuras ó dibujos.

Ea..., ya tenemos la mesa arreglada en la sala, por ser el comedor pequeño para tanto gentío. Don José, que se pintaba sólo para arreglar un banquete, contemplaba su obra con legítimo orgullo, y se recreaba en el brillo de la loza y la cristalería, en la muchedumbre de luces, en el adorno y opulencia de la mesa.

Andújar no es solo un centro agrícola importante: es tambien una ciudad industriosa, con numerosas fábricas de loza y muchos otros artículos notables, así como telares de paños burdos, llamados estameñas y sayales, que sirven para el vestido común.

Otro día sacarían loza, imágenes, y caballos de cartón de los que daban, a partir ganancias, en la fábrica de la calle del Carnero. Largamente hablaron ambas de su negocio, y se alababan recíprocamente, porque si Cuarto e kilo era de lo que no hay para la adquisición de género por gruesas, a la otra nadie aventajaba en salero y malicia para la venta al menudeo.

Acordose al oír esto Benina de lo más importante que tenía que decir a su señora aquella noche, y no queriendo dejarlo para última hora, por temor a que se desvelara, antes de que salieran de la cocina, y mientras una y otra recogían las escasas piezas de loza para fregarlas, no desdeñándose Doña Francisca de este bajo servicio, le dijo en el tono más natural que usar sabía: «¡Ah! ya no me acordaba... ¡qué cabeza tengo!

El rincón, allá contra la pared, es el cuarto de dormir de las muñequitas de loza, con su cama de la madre, de colcha de flores, y al lado una muñeca de traje rosado, en una silla roja: el tocador está entre la cama y la cuna, con su muñequita de trapo, tapada hasta la nariz, y el mosquitero encima: la mesa del tocador es una cajita de cartón castaño, y el espejo es de los buenos, de los que vende la señora pobre de la dulcería, a dos por un centavo.

Las patas de las sillas, nada firmes, se enredaban entre los descosidos de la pleita a listas blancas y encarnadas; al aparador, huérfano de molduras, que arrancó el paño de la limpieza, le faltaban tiras del chapeado de caoba; los pocos enseres que sustentaban las tablas, eran platos ordinarios, vasos de vidrio, tazas de loza, floreros de cristal, comprados en banasta de a real y medio la pieza.