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Que el amor que se mejora En mostrar su fuerza brava, Me ha hecho esclavo de esclava, Esclava que es mi señora. Y quedo tan satisfecho De perder la libertad, Que alabo la crueldad Deste crudo y nuevo pecho. Y porque lo que aqui digo Lo entiendas, Silvia, mejor, Nunca me llames señor, Sino siervo ó caro amigo.

Cruzaban la plaza y pasaban sobre los tejados golondrinas gárrulas, inquietas, que iban y venían, como si hiciesen sus visitas de despedida, próximo el viaje de invierno. Oye, Petra, no llames; vamos a dar un paseo.... ¿Las dos solas? , las dos... por los prados... a campo traviesa. Pero, señorita, los prados estarán muy mojados.... Por algún camino... extraviado... por donde no haya gente.

En la mañana del día 27 de Junio, después de irse el médico, D. Pedro quedó solo con su hijo; y entonces la tan difícil confesión para D. Luis tuvo lugar del modo siguiente. Padre mío dijo D. Luis , yo no debo seguir engañando a Vd. por más tiempo. Hoy voy a confesar a Vd. mis faltas y a desechar la hipocresía. Muchacho, si es confesión lo que vas a hacer, mejor será que llames al padre vicario.

Y cuando Juanillo se despedía, dando las gracias a sus amigos y consejeros, todavía Aristarco le agregó algunas indicaciones más: Si quieres estar siempre despampanante, nunca llames a las cosas por sus nombres... En las metáforas y paralelos, compara siempre lo claro, material y conocido, como una tormenta, con lo obscuro, espiritual y desconocido, como el estado de alma de un poeta después de haber degollado a su anciana madre...

De todos modos, ya comprenderás , porque tienes sobrado talento, aunque eres inexperta, que yo corro mucho peligro al hacer el préstamo; que el daño emergente no es flojo, y que, por tanto, tampoco pueden ser flojos los intereses. No obstante, yo aspiro a que, en vez de llamarme marrano, me llames generoso y espléndido. Asómbrate.

¡Qué bajo eres, Pepe! exclamaba ella riendo. No importa que me llames lo que quieras. Soy tuyo, ¡tuyo hasta la muerte! Te quiero más que a Dios. Quiero a estos piececitos tan ricos y los beso. ¿Lo ves? A ver; que venga alguien a decirme que no debo hacerlo. Clementina le miraba risueña.

Era ya casi de noche, y en la sacristanesca pieza oscura cada uno de los personajes veía a su interlocutor como si fuera su propia sombra. Levantose Salvador de su asiento y despidiose del guerrillero con esta lacónica frase: Adiós. No te buscaré. Si llegas alguna vez a mi puerta, según como llames a ella te responderé.

¡Qué dices, muchacha! exclamé ¡las gracias te las debo a por haber asistido y haber honrado mi casa con tu graciosísima presencia! Y la di un apretado beso, expresión efusiva de mi hondo cariño. No diga usted eso, señora. Ya te he dicho muchas veces que no me llames señora; llámame Marianela, con absoluta confianza, como si fuera una hermana mayor.

Y como yo quisiese salir a enviar por médico, «no llames a nadie, Florela, me ha dicho, que no quiero que nadie vea el triste espectáculo del dolor que en causa la no esperada y tirana desventura mía; y llévame a tu lecho, amiga Florela, mientras que pasa esta cruel fuerza del dolor que me acaba

ELECTRA. Llámame lo que quieras, Máximo; pero ángel no me llames. ELECTRA. Ni eso. MÁXIMO. No tanto. ELECTRA. Mira que no hay más. He creído que en estos apuros, vale más una sola cosa buena que muchas medianas. MÁXIMO. Acertadísimo... ¿Sabes de qué me río? ¡Si ahora viniera Evarista y nos viera, comiendo, así, solos...! ELECTRA. ¡Y cuando supiera que la comida está hecha por !...