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Pasó tras el biombo otra vez, y Julián la siguió aturdido, sin saber lo que le sucedía. Con la cabeza baja, los labios temblones, la señora de Moscoso arreglaba, sin disimular el desatiento de las manos, los pañales de su hija, cuyo llorar tenía ya inflexiones de pena como de persona mayor. Llame usted al ama ordenó secamente Nucha. Corrió Julián a obedecer.

El tiene gabina, castora o como se llame; pero su levita, aunque no se la pone más que diez o doce veces al año, está ya desvergonzada de puro raída. Sin chistar, con mucho sigilo, vamos y yo a hacerle una levita nueva, según el último figurín de La Moda Elegante e Ilustrada que recibiste de Madrid el otro día.

Cuando terminé de escribir, salí de la biblioteca, metí la carta en un libro, llamé a la criada y le encargué que diera aquello a la hija del capitán. Temía que, al volver, me iba a encontrar a Uguarte y a Allen luchando a brazo partido. No pudimos dormir ninguno de los tres; Allen estaba indignado contra Ugarte. Antes de amanecer, salimos de casa, sin despedirnos de nadie.

Antes de acostarnos le llamé aparte y le dije confidencialmente: «Pepe, el estanciero y la gente que aquí tiene no me inspiran confianza. Toma mi revólver y mi estoque y hazme el favor de vigilarlos mientras yo duermo tres o cuatro horas. Luego despiértame y yo te velaré a ti otras tres o cuatroNo pueden ustedes figurarse cómo cambió la fisonomía de aquel hombre en un instante.

Me conoces poco, pero la tía ya te habrá dicho le que me intereso por tu suerte. Tu padre va a venir. Ocúltate y calla. Te lo repito: no salgas hasta que yo te llame. Al quedar solos la jardinera y su sobrino, oyeron los sollozos ahogados de la muchacha, que rompía a llorar viéndose en su antiguo cuarto.

No podía dar en ello por más que cavilaba, y casi casi la estaba viendo delante de los ojos. »Detúvose el coche y bajé. Sólo otra vez en mi vida había estado yo en aquella casa, ¡y en qué situación de ánimo tan diferente! Subí la angosta y larga escalera sin tomar un respiro, y llamé.

En casa del padre Tomás murmuré para mis adentros, no hay nada que temer... La feria del matrimonio no tiene allí puesto. Llamé, pues, con todo el candor de una perfecta quietud y no encontré extraordinario que el cura no estuviese solo.

Tenía los ojos fuera de sus órbitas, y todo su semblante era imagen del terror. Lo llamé por su nombre, me miró fijamente y fué su contestación una carcajada. CUENTO PARA NI

5 Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra que corría sobre las aldabas del candado. 6 Abrí yo a mi amado; mas mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma: lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió.

Yo creo que el mundo no es otra cosa que un gran hospital de locos que se comprenden y que se despedazan, comprendiéndose, y que sólo se encierran en hospitales más pequeños a los locos a quienes no comprende nadie... o acaso, acaso, llame el mundo locos a los que tienen razón. La verdad es que yo veo continuamente hombres que se creen muy cuerdos y a me parecen los más rematados.