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Por otro lado pendía de la pared un cuadrito de marco ex-dorado, que encerraba las habilidades juveniles de la abuela de doña Leoncia, bordadora de lo más fino. Al lado de estos monumentos de familia estaban un par de figurines del Directorio y una Virgen del Pilar, simplemente pegada en la pared con cuatro obleas.

La señora que tan celosa se mostraba de la opinión de su casa era doña Leoncia Iturriabeytia, vizcaína, como es fácil conocer por su apellido; patrona de aquel establecimiento, mujer de bien, como de cuarenta años mal contados, de buen aspecto, robustas formas, alta estatura cara redonda y carácter bonachón y más que sencillo. Señora, déjenos usted en paz le contestó Javier.

Si viniera don Gil con nosotros, no se incomodaría usted. Vaya, ya empieza usted con sus bromas, don Javier. ¿Y cuándo se casa usted doña Leoncia? ¿Yo casarme? ¿Yo? dijo doña Leoncia con mal disimulada satisfacción. Pues sepa usted que se lleva un buen mozo. Don Gil es hombre que hará carrera ... está en buena edad....

Con esta conversación llegaron á la calle de la Gorguera y á la casa de doña Leoncia; subieron al cuarto del poeta, que era el punto designado para las reuniones preparatorias del naciente club. Conoceremos el cuarto del poeta con el nombre de La Fontanilla, calificación oficial con que le designaron aquellos jóvenes.

No me hables de eso, Gil: Gil, no me hables de eso dijo fingiéndose incomodada doña Leoncia; que todos los hombres son unos engañosos, y está una muy escarmentada ... no ... digo ... muy.... Le han dicho á una lo que son los hombres ... Y si no, miren al prestamista de abajo que todos los días desayuna á su mujer con cincuenta palos. ¡Oh, Leoncia de mis pecados!

Poco después estaba tan profundamente dormido como los demás. Así terminó la tragedia de los Gracos. Nos ha sido imposible averiguar si al fin el senador Bufo Pompilio dió al senador Sexto Lucio Flaco el bofetón que deseaba. #La batalla de Platerías#. El sol y doña Leoncia aparecieron con igual esplendor y hermosura en las primeras horas del siguiente día.

El otro era de muy diversa condición y figura. Sus aficiones literarias le habían hecho amigo del poeta clásico que hemos conocido habitando en el olimpo de doña Leoncia, la semidiosa de la calle de la Gorguera. Tenía mucho ingenio, dotes de orador y periodista, pero muy poca instrucción y una ligereza invencible.

"Pasóse la noche; vino el día, cuya alborada fué regocijadísima, porque con nuevos y verdes ramos parecieron adornadas las barcas de los pescadores; sonaron los instrumentos con nuevos y alegres sones; alzaron las voces todos, con que se aumentó la alegría; salieron los desposados para irse a poner en el tálamo donde habían estado el día de antes; vistiéronse Selviana y Leoncia de nuevas ropas de boda.

En efecto, el ruido no se hizo esperar: un gentío inmenso ocupaba la vecina plazuela de Santa Ana, y hasta la tranquila mansión de doña Leoncia llegó el rumor de las voces. La criada, que venía de comprar, entró dando gritos de terror y diciendo que había sentido unos grandes cañonazos. A los gritos de la gallega despertaron los tres amigos y Lázaro. ¿Qué hay? dijo Javier. ¿Qué algazara es esa?

Pero Carrascosa empujó la puerta, y la hubiera abierto á no impedírselo por dentro la asustadiza y honesta dama, que dejó el afeite y se ciñó el vestido rápidamente para acudir á defender la plaza. Leoncia, Leoncia, mira que soy yo, tu Gil. Don Gil, don Gil, no sea usted pesado. Siempre viene usted cuando está una arreglándose. Espere usted. Pase á la cocina, que tengo que hablarle.