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Actualizado: 17 de mayo de 2025
No hace muchos días que, con el título que antecede y sin nombre de autor, salió á luz un libro en extremo interesante por el asunto de que trata y de agradabilísima lectura por el ingenio, la gracia, la fecunda vena satírica y el estilo castizo y magistral con que está redactado.
A la simple lectura de los capítulos en que la expone, salta á los ojos que no estaba bien seguro de la verdad de ella, sintiéndose contrariado por la inexperiencia y la razon. Prescindiré de la exactitud de estas observaciones, concretándome al punto principal que es la relacion de la vista con la superficie.
Todo aquello era el «gabinete de lectura». Frontero a él, es decir, en el otro extremo del corredor y con luces a la plaza, el gran salón: la mejor pieza del Casino; salón de tertulia, de tresillo, de billar y de café al mismo tiempo, y de baile cuando llegaba el caso.
Esta lectura milagrosa había ejercido notable influencia sobre toda la casa. El viejo dormía en su sillón, las moscas en el cielo raso y los pájaros en sus jaulas, allá abajo, en la ventana. El gran reloj repetía con insistencia monótona su acompasado tic tac, tic tac.
Sin embargo, no había que hacerse grandes ilusiones acerca de la acogida de la lectriz, quien sin levantarse le echó una hostil mirada y continuó en voz baja la lectura de su periódico, mientras que Fabrice cambiaba algunas frases con la señora de la casa.
Hoy he comprado un libro nuevo que he leído esta noche; se titula Genio del Cristianismo; está escrito por M. de Chateaubriand. Yo no sé si seré competente para juzgar esta nueva obra, pero me encanta su lectura. Siguen tres meses cuyas fechas llenan el diario con detalles domésticos y exámenes de sus faltas. Belley, 23 de octubre de 1803.
Tengamos presente que se hace con tal rapidez, y á la vez con tanta claridad, que no parece absurdo suponer que algo de superfluo en su lectura podía transformarse, declamado, en verdadera belleza de locución.
En su casa, todo menos eso. Aún temblaba de cólera recordando cómo despidió, dos semanas antes, a un tonelero, un mentecato adulterado por la lectura, al que había sorprendido haciendo alarde de incredulidad ante sus compañeros.
Te he olvidado un instante, ¡pero un instante nada más! ¡Por piedad! ¡No me niegues tu cariño!... ¡Mira que sólo vivo para tí, para tí, Linilla mía! No paré mientes en la música. Cuando dejó de sonar el piano advertí que Gabriela estaba cerca de mí. ¡Qué de noticias interesantes traerán los periódicos, Rodolfo, cuando abismado en la lectura no ha oído usted la sonata aquella...!
Podía continuar la fiesta». Y continuó. Los del salón se habían enterado: «A la Regenta le había dado el ataque». «La habían hecho bailar a la fuerza». Pero pronto se olvidó el incidente, para comentar la conducta de aquellas señoras y caballeros que se encerraban en el gabinete de lectura a cenar y bailar como si el Casino no fuese de todos....
Palabra del Dia
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