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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Así que su hijo tuvo a bien presentarse en este mundo de horror y tristeza, se creyó en el deber de hacérselo más llevadero. El medio más adecuado para ello pensó que sería comprar los libros recientes que trataban de la higiene y educación de los niños. Día y noche se entregó a su lectura con verdadero furor.
La moribunda estaba encantada y escuchaba con sonrisa de triunfo en los labios. ¡Bien! ¡Muy bien! decía. ¡Pobre muchacho! ¡Cómo te ama! Sigue, sigue. Y al acabar la lectura, exclamó: ¡Querido niño! Muestra un entusiasmo, un ardor, una constancia, a pesar de tu frialdad... Porque, realmente, hija mía, no sabes animarle... ¿No le amas? ¡Ay! sí...
La conversación fue sobre asuntos de la casa, que Fortunata elogió mucho, encomiando los progresos que hacía en la lectura y escritura, y jactándose del cariño que le habían tomado las señoras.
Pues no puedo leerlo sin que se me levante dolor de ojos y de cabeza. ¡Dios me perdone! Y cuanta más atención pongo, peor. Pero acaba usted de decirnos que a Belarmino no le perjudica tanta lectura porque es de libros que no entiende. ¡Quién lo dijera! Lo natural parece lo contrario. Pues, ve ahí; tiene usted razón.
Pero siguiendo siempre con la misma óptica: la lectura a disposición de todos al menor coste, mediante el uso de textos electrónicos gratuitos que se pudieran utilizar y reproducir sin límites. Y luego, la segunda etapa sería la digitalización de la imagen y del sonido, siguiendo una orientación similar.
La vista de un edificio, la lectura de un documento, un hecho, una palabra al parecer insignificantes y en que no ha reparado el historiador, nos dicen mucho mas y mas claro, y mas verdadero y exacto, que todas sus narraciones.
Quilito, así que vió aparecer al portugués, sintió cierto desasosiego, y para ocultarlo, cogió el periódico que tenía cerca y lo colocó delante de su cara, fingiendo estar entregado a la más interesante lectura; de vez en cuando, miraba al descuido a don Raimundo, y le parecía tan feo y repulsivo como aquella vez que tuvo necesidad de sus servicios y se abocó a él, más muerto que vivo.
Pedro.» Cuando hubo terminado su lectura, crispóse la cara de Calvat con una sonrisa de réprobo; dobló la carta, empujó la verja y se dirigió al taller de Fabrice. Hola, ¿eres tú?... Creí que sería el marqués, quien quedó en venir hoy por la mañana.
El juez de la causa se constituyó en la cárcel para que don Fernando ratificara la declaración de su esposa. Mas apenas terminó el escribano la lectura, cuando Vergara, presa de mil encontrados sentimientos, lanzó una espantosa carcajada. ¡El infeliz se había vuelto loco!
Pero algo queda sobre mi conciencia como un peso muy grave. Forondo me confesó que había seguido el camino de las letras y había caído en la Puerta del Sol, encantado por la lectura de mis narraciones de la bohemia pintoresca. De todos modos, yo no tengo la culpa de que me hubiera leído mal. La bohemia es triste, desastrosa, absurda. Y más aún cuando no se tiene talento ni temperamento literario.
Palabra del Dia
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