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Actualizado: 2 de junio de 2025
Ayer por la tarde, cuando acababa de escribirte, Latour entró en mi habitación con un aire inquieto y hasta algo asustado.
Todo mi servicio se limita a Latour, a quien tú conoces, a ese valiente Latour que ha hecho conmigo las campañas de la Vendée y que más que un criado es un compañero seguro, un amigo fiel, sin el cual no podría pasar mi corazón.
Con su auxilio bajaron primero á la noble dama y no tardaron en verse todos al pie de la torre, rodeados de los valientes arqueros de la Guardia Blanca. ¿Dónde está el capitán Claudio Latour? fué lo primero que preguntó el barón de Morel, apenas sus pies tocaron el suelo.
Me costó gran trabajo apaciguar la cólera de Latour y hacerle comprender que era imposible que sus sospechas fuesen fundadas, por lo que salió más extrañado de mi incredulidad que convencido de mis razones. Me estaba reservado para hoy sostener una discusión más difícil, discusión para la cual, por lo que te vengo escribiendo desde hace algunos días, estarías seguramente más preparado que yo.
Para cerciorarme más he enviado a Latour y le han dicho que la habían reconocido; llevaba un velo puesto, pero con la cara destapada; los niños la siguieron con la mirada hasta el bosque.
Pero ¡por mis pecados! que me has de devolver esos trastos, amigo, si he de cumplir la misión de Sir Claudio Latour, y te los pagaré como nuevos, á precio de armero. Aquí tienes todo lo que te he ganado y no hables de pagármelo, dijo Tristán. Mi único deseo era llevar encima esos arreos por un rato, para tomarles el peso, ya que en Francia y España he de llevarlos á diario por algunos años.
Sólo á ella se debe mi presencia aquí. Pero me admira, en verdad, señor de Latour, que no hayáis tomado vos mismo el mando de estos valientes arqueros. ¡Imposible, mi noble amigo! exclamó el jefe gascón. Ya sabéis cómo son estos ingleses y no hay medio de que acaten como jefe á quien no sea compatriota suyo.
16 de mayo. Nunca había sido tan asiduo al bosquecillo como desde hace algunos días, ni nunca mi herbario había aumentado con tanta lentitud. Esto extraña mucho a Latour que se interesa por mi herbario, como por todas mis distracciones. En cambio, no te extrañará a ti, que sabes que Adela pasa por allí todos los días.
Pero permitid que os entregue esta misiva que para vos puso en mis manos el bravo caballero gascón Sir Claudio Latour. Y á vos, señora, os traigo de él este joyero, que le fué presentado en Narbona y que os ofrece con sus respetos.
Sé sentó a cierta distancia de mí, guardó por algún tiempo un silencio sombrío, y después empezó a murmurar no sé qué entre dientes. «¿De qué se trata le dije , mi pobre Latour?» «Que pierda mi nombre continuó como si hablase solo , si no es Maugis, el infame, el execrable Maugis. ¿Se acuerda el señor de aquel aventurero que se presentó al general con falsos poderes, que aprovechó cobardemente para entregar al enemigo un destacamento considerable de los nuestros, y que se substrajo, desgraciadamente, por una pronta huida al castigo que merecía?» «He oído hablar de ese miserable, y creo, como tú, Latour, que se llamaba, efectivamente, Maugis, sea con la única intención de ocultar su verdadero nombre, sea por seguir la costumbre bastante rara de nuestros oficiales; pero, ¿a santo de qué?...» «¿A santo de qué? exclamó . Ese infernal Maugis, que yo hubiese reconocido entre mil, no es otro que el honrado Ferreol de Montbreuse, que usted ha visto hoy, y, sin temor a equivocarme, afirmaré que no hay otro Maugis. ¡Rabia y maldición! ¡Es una vergüenza para la Providencia ver gentes así gozar del aire y del sol!»
Palabra del Dia
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