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Actualizado: 8 de junio de 2025


Ana Ozores, cerca del presbiterio, arrodillada, recogiendo el espíritu para sumirlo en acendrada piedad, oía el rum rum lastimero del púlpito, como el rumor lejano de un aguacero acompañado por ayes del viento cogido entre puertas.

En fin, yo vencía los estorbos que a mi severidad se oponían, me mostraba entonada y digna y conseguía que el joven se arredrase y estuviese respetuoso. Reportado ya y muy compungido, suspiraba él y decía en guaraní: Che rací-hayhub-guasú. ¿Qué significa ese a modo de gruñido que usted exhala? le preguntaba yo. Y él me contestaba con tono lastimero: Pues significa: estoy enfermo de amor grande.

Aquí, el cura, cuyo rostro se había nublado, me interrumpió con una mordaz exclamación. No protestéis proseguí yo, mirándole de soslayo, bien sabéis que sois de misma opinión. ¡Qué educación, qué educación! murmuró el cura con tono lastimero. Señor cura, tranquilizaos, mi salvación no peligra; tarde o temprano nos encontraremos en el cielo.

Y la moneda, la indecente moneda, ¿de quién es? preguntó con lastimero acento la señora . Contéstame. También es de Dios, porque Dios hizo el oro y la plata... Los billetes, no ... Pero también, también.

El señor Laubepin no cesaba de clavar en su mirada penetrante y equívoca, en tanto que su esposa tomaba, al ofrecerme cada plato, el tono doloroso y lastimero que se afecta cerca del lecho de un enfermo. En fin, nos levantamos y el viejo notario me introdujo en su gabinete, donde al momento se nos sirvió el café.

Aquel mozo arrogante, que tanto había admirado al público con su elegancia, mostrábase lastimero y ridículo con su faldón al aire, descompuesto el pelo y la coleta caída y deshecha como un rabo triste. Tendiéronse en torno de él misericordiosamente varios capotes para ayudarle y protegerle.

Mas, al despertar ligero de las dichas de mi sueño, y abandonar el beleño de aquel cuadro lisonjero; sólo escucho el lastimero movimiento de las aguas y el ruido de las piraguas que surcan río cercano, perdiéndose por el llano a impulsos de hábil remero. Dije mal; no se ha perdido la impresión de mi memoria.

Me apieta la servilleta concluye por exclamar en tono lastimero la niña que se sienta al lado de la institutriz. Es una hermosa criatura de cinco años á lo sumo, con rostro trigueño y cabellos negros ensortijados, que caen en profusión sobre el cuello y la frente. La institutriz, sin despegar los labios, lleva sus manos al cuello de la niña y afloja la servilleta.

Sus gritos pusieron en alarma a la calle toda, como las campanadas de un incendio, y por ventanas y puertas aparecieron los vecinos. ¡Qué caras y qué fachas! El gritar de Maricadalso era por momentos lastimero y dolorido, a veces amenazador y delirante.

A este punto llegaba entonces don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzó a cecear y a decirle: -Señor mío, lléguese acá la vuestra merced si es servido.

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