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Suponiéndose ya el Comendador despojado de cuatro millones, se miraba reducido á la triste condición de un hidalgo labriego, que ó tendría que salir otra vez á buscar fortuna, ó tendría que acomodarse á vivir mal y humildemente en Villabermeja. Esto no le arredró. Eliminadas, pues, varias soluciones, el problema quedó claro y sencillo.

Por fin, una mañana salieron los arados; pero nada menos parecido al ruido de la vendimia que el triste y silencioso monólogo del labriego conduciendo los bueyes de labor y el gesto sempiterno del sembrador distribuyendo el grano en la tierra roturada. Trembles era una hermosa propiedad, de la cual Domingo sacaba una buena parte de su fortuna y que le hacía rico.

Acercóse a la mesa disimuladamente, púsole una mano en el hombro, y gritó: «¡Fulano... ganaste el pleito!». Saltó el labriego, electrizado. «¡Qué me dices, hombre!». «Se falló en la Audiencia ayer». « loqueas». «Lo que oyes». En este intervalo el secretario de la mesa verificaba el trueque de pucheros: ni visto ni oído.

Pero la muerte tira la cuerda limitada por la mano del hado, y todo lo turba, y acaba el poderoso príncipe como el rústico labriego.

En un habar, entre las matas, un labriego va entrecavando la tierra dura. Sobre una manta, echado en el lindero, cabe a un cantarillo de agua, un perro gruñe sordamente cuando me acerco. Buenas tardes grito al labriego. Buenas tardes, señor contesta. Luego se allega, y hablamos sentados mientras él fuma. ¿No tiene usted agua para regar sus tierras? le pregunto.

Conocíalo el labriego, y antes que echase la casa por la ventana, si bien allí no había casa ni ventana: No se enfade vuestra merced, señor portugués le dijo, que yo siempre seré vasallo de quien mande; sabido es que yo y los míos nunca descomponemos partido. ¿Pero quién es mi rey en esta tierra? Eu senhor Carlos V.

Dichoso contraste que está mostrándole al labriego que si las glorias militares pueden engrandecer por un momento, se pierden luego en el olvido, en tanto que el poder adquirido con la industria se reproduce y perpetúa. En Játiva tuerce su curso el ferrocarril, dirigiéndose rectamente al sur hácia Almanza, por el fondo del estrechísimo valle, verdadera bifurcacion del de Valencia.

El piso se extiende en baches y altibajos; en el centro destaca el brocal desgastado de un pozo; un labriego, al sol, sobre un poyo de adobes rojos, duerme con la cabeza sobre el pecho y los brazos caídos; junto a él reposa un perro largo, enjuto, negro, luciente. Yo me siento un instante; este sosiego se me entra en el espíritu y aplaca mis ardores.

Penetró esta también en la santa casa y subió al famoso santuario, lleno en aquel momento de fieles de todas clases, mezclados y confudidos el señor y el labriego, la dama y la casera, con ese aire de confianza, esa perfecta igualdad que muchos pregonan y sólo se comprende y se practica en el santo templo de Dios.

Y el obrero de las ciudades, incrédulo y burlón, el labriego egoísta, el pastor solitario, todos se mueven al conjuro de esta palabra, comprendiéndola instantáneamente, sin previas enseñanzas. «Es preciso pagar repetía mentalmente don Marcelo . Debo pagar mi deuda.» Y experimentaba, como en los ensueños, la angustia del hombre probo y desesperado que desea cumplir sus compromisos.