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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Vi su rostro tostado y serio, en el que los sufrimientos de ese día habían labrado arrugas profundas y me quedé sumida en una muda contemplación. ¿Qué quieres? ¿Me traes noticias de Marta? ¡Sí, eso es, Marta! Me levanté vivamente. ¡Basta de debilidades! Había recuperado esa fuerza indomable que era mi orgullo. Escucha, Roberto dije, no te marcharás mañana por la mañana.
14 Porque los palacios serán desiertos, el estruendo de la ciudad cesará; las torres y fortalezas se tornarán cuevas para siempre, donde descansen asnos monteses, y ganados hagan majada, 15 hasta que sobre nosotros sea derramado espíritu de lo alto, y el desierto se torne en campo labrado; y el campo labrado sea estimado por bosque.
Estaba cuajado de esmeraldas, rubíes, diamantes, en fin, de la más rica pedrería que pueda imaginarse; y labrado todo con tal arte, que a primera vista parecía estar vivo. Comprendo su emoción, dijo el canónigo. Está reputada esta joya como una de las más notables de que hay noticia.
Los corpiños eran bajos; pero la camisa, alta, plegado el cuello, con un cabezón labrado de seda negra, puesta una gargantilla de estrellas de azabache sobre un pedazo de una coluna de alabastro: que no era menos blanca su garganta; ceñida con un cordón de San Francisco, y de una cinta pendiente, al lado derecho, un gran manojo de llaves.
Esta serie de alfilerazos padecidos en secreto, sin confiarlos a nadie más que a su confesor, habían labrado la salud de la señora, reduciéndola a un estado de flaqueza tal que por milagro se sostenía. Salabert tenía más que hacer que reparar en tales sufrimientos.
4 Y ésta [era] la hechura del candelero, de oro [labrado] a martillo; desde su pie hasta sus flores era [labrado] a martillo; conforme al modelo que el SE
Acaso juzgue usted demasiado pueril el que me acuerde de que, hace treinta y cinco años, un día que levantaba mis trampas en un terreno recientemente labrado, hacía este o el otro tiempo, que las tórtolas de septiembre cruzaban con un batir de alas muy sonoro, y que en torno del llano los molinos de viento esperaban con las aspas desnudas el viento que no llegaba.
-No lejos de aquí -respondió el primo- está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy discreto y caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado a su costa; pero, con todo, aunque chica, es capaz de recibir huéspedes. ¿Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? -preguntó Sancho.
Se oía entre las conversaciones de la calle el rumor de los árboles de los patios y el ruido de las limas y el martillo. ¡De toda aquella grandeza apenas quedan en el museo unos cuantos vasos de oro, unas piedras como yugo, de obsidiana pulida, y uno que otro anillo labrado! Tenochtitlán no existe. No existe Tulán, la ciudad de la gran feria. No existe Texcoco, el pueblo de los palacios.
Nada mas de notable contiene este templo: tiene dos puertas, una que da a la plaza que lleva su nombre, y otra al Palacio Episcopal, edificio formado y estendido con otros adyacentes, y en el que nada llama la atención del artista ni del curioso, si se esceptua su patio compuesto de un intercolumnio jónico labrado con buen gusto.
Palabra del Dia
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