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Actualizado: 24 de junio de 2025
Pertenecían a los tiempos del tisú y de la madera dorada, y los bronces proclamaban con su afectada estructura griega la disolución de los Quinientos y los senatus consultus de Bonaparte. Aunque no hacía frío, la humedad de la desamparada casa era tal, que fue preciso encender la chimenea. El joven, más bien niño, entró jugando con el perro, a quien llamaba Saúl.
Su hija se veía muchas veces obligada a templarle y a quitarle las cartas de la mano para ponerse ella en su lugar. Ahora Clementina estaba de buen talante jugando en la mesa próxima: se reía de Pepa Frías porque se mostraba silenciosa y preocupada.
Hay ejemplos irrecusables que comprueban la verdad de lo que acabo de manifestar. El hombre más inspirado del siglo XIX, Víctor Hugo, el inmortal autor de las Hojas de Otoño, trabaja diariamente un número crecido de horas. Balzac, el coloso que rivaliza con él, trabajó más que nadie en el mundo. Ni uno ni otro han necesitado esperar la inspiración jugando a las siete y media.
La campana sonaba con más fuerza; los mendigos de la puerta del templo entristecían la voz cuanto les era posible; las amas de cría comenzaban a desfilar como burras de leche; las señoras entraban o salían de la iglesia, lanzándose miradas envidiosas; el calor arreciaba, y el paseo se iba quedando poco menos que desierto, oyéndose por la acera de piedra el firme taconear de las muchachas que pasaban, medio ocultas por las anchas sombrillas de colores chillones, mientras las madres llamaban a los niños, que corrían como perrillos jugando a las mulas o se detenían a mirar las estampas que veían al paso en mano de los vendedores de periódicos.
Dirigiendo una mirada hacia lo que fue, con la curiosidad y el interés propios de quien se observa, imagen confusa y borrosa, en el cuadro de las cosas pasadas, me veo jugando en la Caleta con otros chicos de mi edad poco más o menos.
¡Bah!... ¿Crees que este es un guardia de corps suficiente? Se echó a reír jugando con el pequeño, que acababa de despertarse y trataba de cogerle el bastón. Medio tranquila, la madre sonreía ante este gracioso espectáculo. De repente una campana de a bordo llamó a los pasajeros retrasados e hizo palidecer a la pobre Juana, que vaciló en el brazo de su compañero.
Al día siguiente Vezzera entró al anochecer en mi cuarto. Llovía desde la mañana, con fuerte temporal, y la humedad y el frío me agobiaban. Desde el primer momento noté que Vezzera ardía en fiebre. Vengo a pedirte una cosa comenzó. ¡Déjate de cosas! interrumpí. ¿Por qué has salido con esta noche? ¿No ves que estás jugando tu vida con esto?
Se hallaba, pues, ésta jugando con su niño como se ha dicho cuando apareció el criado anunciándole que había a la puerta un caballero que deseaba visitar a los señores. ¿No le has dicho que el señorito ha salido? Sí señora, pero me ha dicho que estando la señora es igual. ¿No te ha dado su tarjeta? No señora.
Sola y desamparada en semejante caso, el fin tenía que ser inevitablemente desastroso. Me despedí de Mabel, alejándome con el sentimiento de que, amándola como confieso que la amaba, sin embargo era indigno de ella. Ciertamente, ¡estaba jugando una partida peligrosa!
Crecía este de punto porque mientras que don Paco estaba jugando al tute y Juana le acusaba las cuarenta, Antoñuelo se sentaba muy cerca de Juanita, en el otro extremo de la sala donde ella cosía, y ambos cuchicheaban con mucha animación y en voz tan baja, que don Paco no podía pescar ni palabra de lo que decían.
Palabra del Dia
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