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Parecía malhumorado, pero al ver a su banderillero fingíase sonriente y animoso, como si no hiciesen mella en él los disgustos domésticos. Aqueyo está mal, Juaniyo. No güervo a tu casa aunque me yeven arrastrando. Tu mare me insulta como si fuese yo un gitano de Triana. Tu mujer yora y me mira, como si tuviese yo también la curpa de too. Hombre, otra vez haz el favor de no acordarte de .

Y ahora, desde su asiento, saludaba al diestro, llamándole Juaniyo, tratándole de , pavoneándose satisfecho cuando el novillero, atraído por tantos gritos, acabó por fijarse en él, contestándole con un movimiento de su estoque. Es mi cuñao decía el talabartero, para que le admirasen los que estaban junto a él . Siempre he creío que este chico sería argo en er toreo.

¡Juaniyo!... ¡Juan! ¿No me conoses?... Soy la Caracola, la señá Dolores, la mare del probesito Lechuguero. Gallardo sonrió a la vieja, negruzca, pequeña y arrugada, con unos ojos intensos de brasa, ojos de bruja, habladora y vehemente. Al mismo tiempo, adivinando la finalidad de toda su palabrería, se llevó una mano al chaleco.

A pesar de esto, el espada decidió abandonar este año a los del Gran Poder, para salir con los de la Macarena, que escoltaban a la milagrosa Virgen de la Esperanza. La señora Angustias se alegró mucho al conocer su decisión. Bien se lo debía a la Virgen, por haberle salvado de la última cogida. Además, esto halagaba sus sentimientos de plebeya sencillez. Ca uno con los suyos, Juaniyo.

Eran gentes tostadas por el sol, de agrio hedor sudoroso, la blusa sucia y el ancho sombrero con los bordes deshilachados. Unos eran trabajadores del campo que iban de camino, y al pasar por Sevilla creían natural impetrar el socorro del famoso matador, al que llamaban señor Juan. Otros vivían en la ciudad, y tuteaban al torero, llamándole Juaniyo.

Yo de Juaniyo, si era arguien der cortijo, lo ponía en la puerta; y si de fuera, yamaba al jues pa que lo metiera en la cársel por embustero y mal enemigo.

También iba Potaje, que es persona de arguna edá y de respeto, aunque sea un bruto. Nunca se ríe. La madre del torero se indignó con esta excusa. ¡Potaje! Un mal hombre, que Juaniyo no debía yevar en su cuadrilla si tuviese vergüensa. No me hables de ese borracho, que le pega a su mujer y tiene muertos de hambre a los chicos. Güeno: fuera Potaje... Digo que vi aqueya señorona, ¿y qué iba a hasé?

A me yaman Sebastián Venegas, eso es; y , Juaniyo, te yamas Gallardo; y usté, don José, tié su apellido, y cada cual er suyo, no siendo iguales mas que los de los parientes.

El talabartero protestaba. ¡Por vida de...! El tenía el propósito de asistir a la corrida; había salido del hotel para comprar un billete, y ahora Carmen le aguaba la fiesta con su empeño de ir a la plaza. Pero ¿qué vas a hacé allí, criatura? ¿Qué vas a remediá con tu presensia?... Figúrate, si Juaniyo yega a verte.

Un hombre como , con mujer y con hijos, prestarte a esas alcahueterías... ¡Yo que te creía otro y tenía la confiansa en ti cuando salías de viaje con Juaniyo! ¡Yo que me queaba tranquila porque iba con una persona de carácter!... ¿Aónde están toas esas cosas de tus ideas y tu religión? ¿Es que eso lo manda la reunión de judíos que os juntáis en casa de don Joselito el maestro?