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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Estos escaparon también, como si las palabras del jayán les hubiesen devuelto la razón. Montenegro, al verse solo frente al cadáver, tuvo miedo. Comenzaban a crujir algunas ventanas después de la fuga precipitada de los matadores y huyó, temiendo que le sorprendiesen los vecinos junto al muerto. No se detuvo en su fuga hasta llegar a las calles grandes.
Pero éste, que muy bien pudiera haberse quedado atrás, estaba perfectamente acomodado en el presbiterio entre los curas, el alcalde y varios concejales, lo cual levantaba en su corazón una ola de envidia que le sofocaba aún más que las rodillas del jayán que tenía detrás. Tal era su destino.
El P. Jacinto había sido un jayán y había sacudido el polvo á algunos desalmados y pecadores contumaces, sobre todo cuando eran maridos, que se emborrachaban, gastaban el dinero en vino y juego y daban palizas á sus mujeres. Contra esta clase de hombres había sido duro de veras el P. Jacinto.
Había en el calabozo un mozo tuerto, alto, abigotado, mohíno de cara, cargado de espaldas y de azotes en ellas. Traía más hierro que Vizcaya, dos pares de grillos y una cadena de portada. Llamábanle el Jayán. Decía que estaba por cosas de aire, y así, sospechaba yo si era por algunos fuelles, chirimías o abanicos, y decíale si era por algo de esto. Respondía que no, que eran cosas de atrás.
Y a propósito de elecciones dijo don Celso : tengo el gusto de presentar a usted a nuestro.... ¡Calle! ¿Dónde está don Simón? ¡Aquí está! respondió desde el corral una voz débil y enronquecida. Corrieron allá los seis caciques, y encontraron al candidato haciendo los mayores esfuerzos para apearse, ayudado del jayán. El pobre hombre estaba entumecido, yerto.
Había amado al conde de Villanera sin conocerle, desde la primera vez que le vio en los Italianos. El duque no pudo menos de decirse a sí mismo que don Diego era un jayán bien dichoso. Después, y acompañándose de una mirada en la que brillaba el candor, probó que el señor de Villanera no le había dado más que su amor.
El fámulo les dijo que era muy conveniente que ellos se presentasen de un modo decoroso ante el señor Sankarachária. Los llevó enseguida a un bonito y capaz refectorio, donde almorzaron sutiles extractos, que paladeaban y saboreaban con raro deleite y que eran tan nutritivos y tan poco groseros, que bastaba para alimentar y satisfacer a un jayán, lo que cabe en una jícara de chocolate.
Trocada así en piedad la cólera, Juanita hizo esfuerzos de imaginación, y entre cándida y maliciosa inventó desatinos para disimular o explicar su triunfo. No te aflijas dijo . Lo que te pasa le hubiera pasado a un jayán: al propio Goliat.
Y corriendo hacia el insolente alzó la mano y le tumbó de un puñetazo. Pero el otro jayán sacó prontamente la navaja y acudió al socorro de su compañero, el cual, no bien se hubo levantado, echó mano igualmente á la suya.
Preguntó el jayán que alumbraba quienes eran los de afuera; respondieron éstos cumplidamente, y los hizo entrar en una corralada, donde fueron recibidos por un perrazo que se adivinaba por los feroces ladridos, que no cesaban un punto, y por el crujir de la cadena con que estaba amarrado, pues la luz del farol no alcanzaba tres varas más allá del hombre que le sostenía.
Palabra del Dia
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