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Ricardo no tenía por qué irritarse ante semejante idea. Pero lo cierto es que se irritó, y no poco. Procuró rechazarla como un absurdo y no logró más que hacerse cargo de que no sólo no sería absurdo, pero que ni aun tendría nada de particular. Abatido como se hallaba, la irritación cedió muy pronto lugar a la tristeza, una tristeza profunda y desconsoladora.

Le daban un millón de pesos, le pagaban los atrasos de toda su gente, y además le permitían que se estableciese en un pueblo, rodeado de sus más seguros partidarios. Lo importante era hacer ver en el extranjero que ya no quedaba ningún insurrecto. Martínez se irritó al enterarse de lo que le regalaban á su antiguo maestro, como si esto representase una injusticia para él.

La condesa se irritó. Y bien dijo , me desprecias; á nada te avienes; quieres verte libre de ... quieres burlarme; que se pierda, pues, don Juan; piérdete y piérdame yo en buen hora... todo me importa nada. Malhaya, amén, la primera mujer que vino al mundo para producir mujeres exclamó perdida ya la paciencia Quevedo.

Me irrito ante los absurdos de la monarquía y de la religión, no sólo en mi país, sino en todo el mundo.... Y sin embargo, he sentido lástima, profunda conmiseración ante un ser de sangre real. ¿Querrá usted creerlo...? Le vi de cerca, en una de mis correrías por Europa. No cómo la policía que vigilaba su carruaje no me repelió lejos de allí, creyendo en un posible atentado.

Chico, descansa ahora un ratito díjole su esposa, tratando de quitarle la pluma de la mano . Bastante has trabajado hoy con esos cálculos tan difíciles... Mañana seguirás... No, no creas que me parece mal; yo te ayudaré a pensar... hablaremos de esto. Yo también discurro. Contra lo que esperaba, Maxi no se irritó.

Tanto se irritó y se pasmó Candido con lo que oía y lo que vía, que no quiso siquiera poner pié en tierra, y se ajustó con el patron holandés, á riesgo de que le robara como el de Surinam, para que le conduxera sin mas tardanza á Venecia. A cabo de dos dias estuvo listo el patrón.

La proposición de buscar una sirvienta para los más vulgares menesteres irritó á la alemana. ¡Nunca!... Tal vez sería una espía. Y la palabra «espía» tomaba en sus labios una expresión de inmenso desprecio. La doctora se ausentaba con viajes frecuentes, y era Karl, el empleado del escritorio, el que recibía á los visitantes.

Ella no entendía mucho de toros. ¿No fue nada aquella cogida?... Gallardo se irritó por el acento de indiferencia con que hacía su pregunta aquella mujer. ¡Y él, cuando se consideraba entre la vida y la muerte, sólo había pensado en ella!... Con una hosquedad de despecho, habló de su cogida y de la convalecencia, que había durado todo el invierno...

D. Juan, que era también rico y tenía su cacho de orgullo, y sobre todo adoraba a su hija y creía que el día menos pensado vendría un duque de Madrid a pedírsela, se irritó grandemente, le llamó rústico, podenco, y juró que, antes de ver a su hija casada con semejante cafre, preferiría que se quedase soltera.

Irritó tanto esta alevosía á los Carerás, que se conjuraron para destruir á los Morotocos, sin dar cuartel á ninguno de ellos; antes bien, haciendo pedazos á cualquiera que caía en sus manos, y celebrando con sus carnes banquetes de cruelísima alegría.