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Cuando el hombre tropieza con serios obstáculos, la envidia, la calumnia, la hipocresía o la miseria, se ostenta de un modo violento y trágico unas veces, otras de suave resignación o de amarga ironía. Cuando por un conjunto de circunstancias felices no tropieza en su vida con obstáculos serios este fondo no se produce y de ahí que se crea que no existe. Es un error.

Vencer las mayores dificultades del verso, sea en la forma, en la transposición o en la rima, derramar la gracia, el chiste, la fina ironía en sus composiciones, es un juego para D. José M. Marroquín. Ha hecho una glosa rimada de los primeros libros de Tito Livio, que no vacilo en considerar como uno de los trabajos más perfectos que en ese género se hayan escrito en nuestro idioma.

Clara yacía inmóvil; a pesar de todas sus desdichas, era una bellísima desposada, pero al otro lado de la puerta cerrada con cerrojo, el coronel roncaba con violencia en su lecho improvisado. El pequeño pueblo de Génova, en el Estado de Nueva York, ponía de manifiesto la semana anterior a la Navidad del año 1870, aún más que de costumbre, la amarga ironía del nombre que le dieron sus fundadores.

Eso le demostrará a usted que yo no mentía el día que le aseguré cierta cosa. Le demostrará que no la he olvidado en Madrid. No, Leonora, no olvido. Esta ausencia ha agrandado más mi afecto. Gracias, Rafael dijo la artista con gravedad, como si en ella no fuese ya posible la ironía de otros tiempos. Estoy convencida de ello, y me entristece, pues es inútil.

Mi falso contento no la conmovía; sonreía de buena gana si alguna frase mía le daba ocasión y me observaba con una especie de ironía cuando yo permanecía mucho tiempo al lado de Elena. Y aquella indiferencia me parecía una prueba de la disminución de su amor.

Si te pesa que se gaste de tu dinero, puedes vender las casas dijo Clementina con desdeñosa sequedad, volviendo a ponerse pálida. Es que si se vendiesen, mañana sería yo responsable con mi dinero de su importe. ¿No sabes eso? Firmaré cualquier papel diciendo que no se te haga cargo de nada. No basta, querida, no basta. ¿De mantenerme, verdad? dijo ella con ironía amarga.

Hacía gala de serlo, hacía profesión de serlo... Sin Dios y sin patria, atacaba con implacable ironía de anarquista lo que desdeñosamente llamaba los «prejuicios sociales», es decir, ¡Dios y la patria! Su acerada pluma, guiada por su espíritu venenoso, abría heridas y levantaba ampollas en la epidermis de los pacíficos e inofensivos burgueses del Tandil.

Cuando el Estudiantón requirió a Belarmino a que expusiese su sistema, el zapatero replicó con dulce ironía: ¿Y qué es un sistema? Quizás lo que usted llama sistema no es lo que yo llamo sistema. Yo, gracias a Dios, no tengo sistema. Lo que usted quiere decir es postema. Tampoco, gracias a Dios, tengo postema. Bien, bien, Belarmino; confieso que no le entiendo a usted todavía.

Pocas horas antes de morir, su hija, creyéndose bien por una de esas raras alucinaciones del temperamento, que son la más tremenda ironía de la muerte, había tenido el antojo de engalanarse. Sintiendo en aquel instante engañosas fuerzas, se había vestido con febril ansiedad diciendo que ya no estaba mala y que iría al teatro aquella noche.

Era la hija de Osuna. Había en la inflexión de su voz al pronunciar estas palabras cierta ironía, mezclada de cólera, que sorprendieron a la vez a la dama y al sacerdote.