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Actualizado: 18 de junio de 2025
Al principio, una contrariedad profunda, un verdadero pánico doméstico se apoderó de su espíritu ante la ocupación inesperada de su vivienda, y perdió mucho tiempo buscando y rebuscando en su memoria el involuntario ademán o la frase imprudente que hubieran podido provocarla. Sólo para él mismo era obscura la razón.
Vergüenza me da el decirlo: aquel grito de verdadera agonía despertó en mí el sólo instinto que me quedaba de hombre: la piedad. Comprendí que la mataba; no distinguía bien si se trataba de su honor o de su vida. No tengo por qué vanagloriarme de un acto de generosidad que fue casi involuntario, tan poca parte le correspondió en él a la verdadera conciencia humana.
El médico notó su gesto involuntario, y con una sonrisa dijo: Vive, sí, vive; y lleva contigo este signo ante los ojos de hombres y mujeres, ante los ojos de aquel á quien llamaste tu marido, ante los ojos de esa niñita. Y para que puedas vivir, toma esta medicina.
Está bien, tía Liette, no aceptaré la invitación dijo ahogando un suspiro. El joven no debía tener este disgusto... ¿Fue olvido voluntario o involuntario? Ello fue que la invitación no llegó... Mejor, así no tendrás necesidad de excusarte dijo la oficinista tranquilamente timbrando la serie de tarjetas de invitación destinadas a las personas de los alrededores.
Cuando la luz de su linterna se hubo desvanecido á lo lejos por completo, el joven ministro se dió cuenta, por la especie de desmayo que le sobrecogió, de que los últimos momentos habían sido para él una crisis de terrible ansiedad, aunque su espíritu había hecho un esfuerzo involuntario para salir de ella con la especie de apóstrofe semijocoso dirigido al Sr. Wilson.
En sus raras apariciones por Candore, el conde, movido por una especie de respeto involuntario, se había abstenido siempre de pronunciar el nombre de la empleada, a quien, por otra parte, había casi olvidado.
Les pidió perdón por el mal involuntario que les había causado, les habló de su próximo fin, y, enlazándoles con sus brazos, acabó así: «Sed felices ahora que mi miserable vida no puede ser un obstáculo; sed felices ahora que voy a devolver a la tierra este corazón destrozado por la desesperación; sed felices y no tengáis remordimiento por los días que quizás aún la suerte me habría reservado, porque yo no podía esperar nada más agradable que esto que me es permitido legaros: un porvenir sin alarmas que podrá resarciros de las penas que os haya causado.
¿Y cómo podré yo vivir por más tiempo respirando el mismo aire que respira este mi mortal enemigo? exclamó Dimmesdale, todo trémulo, y llevándose nerviosamente la mano al corazón, lo que ya se había convertido en él en acto involuntario. Piensa por mí, Ester; tú eres fuerte. Resuelve por mí. No debes habitar más tiempo bajo un mismo techo con ese hombre, dijo Ester lenta y resueltamente.
Palabra del Dia
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