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Después de separarme del señor de Fraile, recorrí algunos de estos heteróclitos albergues, hasta que posé definitivamente bajo los hospitalarios Penates de doña Trina, cobijo llevadero por la abundancia, ya que no por la delicadeza de bastimentos, y, sobre todo, lugar ameno, si los había, a causa de la afluencia de gentes de todo estado, edad y condición: sacerdotes, toreros, políticos, tahures, comerciantes, covachuelistas, militares, estudiantes, labriegos, inventores, pretendientes, petardistas; ingredientes y rebabas del revoltiño social, que allí se mezclaban desde todos los rincones de Iberia.

Transformados así los ideales directrices de la conducta individual, esclarecida y reafirmada esa tendencia natural primaria del espíritu a estimar a los individuos según el bien que produzcan para los demás hombres, que no ha suscitado los tiranos y los usureros, pero los mártires de las ciencias y las artes, los héroes de la libertad, de la justicia, de la fraternidad, de la filantropía, los exploradores, los inventores, los educadores, los pensadores, los músicos, los poetas, los conspiradores, los patriotas, el bienestar del individuo, que hasta ahora "depende de lo que se anexa, absorbe o apropia, dependerá de lo que irradie", como dice Hubbard, y entonces el plano en que se desliza la conducta personal en la sociedad habrá invertido su inclinación de la iniquidad a la rectitud, del egoísmo al altruismo, de la soberbia a la benevolencia, de la insolencia a la cortesía, de la hipocresía a la sinceridad, de la mentira a la verdad, y habrá llegado para el común de las gentes esa situación de las almas superiores en todos los tiempos, desde Sócrates, Platón, Jesús, Epicteto y Marco Aurelio, hasta el filósofo de Massachussets, que la describe así: "Todo hombre tiene cuidado de que no le engañe su vecino.

Ni Frígilis ni Quintanar querían sangre; no pretendían más que tener bien sujeto al delincuente cogido infraganti. Si estos inventores no hubieran sabido armonizar los intereses de la industria con los estatutos de la sociedad protectora de animales, lo hubiera pasado mal aquella noche la Regenta. Por fortuna, Quintanar era correccionalista; quería la enmienda del culpable, pero no su destrucción.

Algunos, con inagotable generosidad, sentían el deseo de hacer partícipes de su estupenda fortuna a todos los allegados, y cada mañana admitían un nuevo socio, ofrecían graciosamente una parte a un nuevo auxiliar, hasta el punto de no saber con certeza qué restaría para ellos, los geniales inventores.

Sobre fondos de menuda arena ó agarrados á la roca vivían los moluscos en el refugio de sus conchas. La necesidad de entregarse al sueño con relativa seguridad, sin miedo al devoramiento general, que es la ley oceánica, preocupa á todos los seres marinos, haciéndolos constructores é inventores.

Era un erudito en anuncios de específicos y catálogos de farmacia: conocía todos los remedios, y siempre tenía uno, el último lanzado a la circulación, que le merecía hiperbólicas alabanzas, al mismo tiempo que abrumaba con sus ferocidades verbales a los «ladrones» inventores de los otros.

Eran maestros de todo, Inventores de los trajes, De las galas, de los motes, Y de otras ilustres partes. No sirvió dama ninguno Que su favor no alcanzase, Ni dama llamarse pudo Sin galán abencerraje. Pero la envidia y fortuna, Una vil y otra mudable, Los derribaron al suelo: Que siempre los altos caen.

Todo esto, no obstante, se explica con facilidad por el entendimiento humano. Si Satanás ha intervenido en ello, ha sido de tapadillo y sin dar la cara dejando que los inventores se jacten de haberlo logrado sin sobrenatural auxilio. En cambio, las invenciones primitivas son las que no se pueden explicar humanamente y las que tenemos que admirar. ¿Quién inventó el habla? ¿Quién la escritura?

Después comenzó el peregrinaje por las oficinas en pos de la soñada patente, que era su riqueza futura, y al cabo de amargas andanzas se mofaron de él, de su invento y de su calva, y los ujieres le echaron al arroyo con vayas y sinrazones. En el café, en la calle, a solas con las fementidas tapias de su mechinal solitario, peroraba con esa exaltación de loco de los inventores.

Allí los gloriosos inventores de las suertes difíciles, los perfeccionadores del arte, los campeones macizos de la escuela rondeña, con su toreo reposado y correcto; los maestros ágiles y alegres de la escuela sevillana, con sus juegos y movilidades que arrebatan al público... y allí él, que en aquella tarde, embriagado por los aplausos, por el sol, por el bullicio y por la vista de una mantilla blanca y un pecho azul que avanzaban sobre la barandilla de un palco, sentíase capaz de las mayores audacias.