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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Picado, el proponente preguntó: ¿Es ésa la última palabra del señor duque? Pablo se encogió de hombros: El duque de Sandoval no tiene más que una palabra. Lo mismo da llamarla primera que última. Y, diciendo esto, se puso de pie, para significar a su interlocutor que había terminado la entrevista. Poco a poco, disgustado por el ambiente, fue retirándose otra vez a su palacio.

Cuando más, decía «no », y al decirlo, clavaba en su interlocutor una mirada luminosa y penetrante, vago destello del sin fin de ideas que tenía en aquel cerebrazo, y que en su día habían de iluminar toda la tierra. Mas el Peor, aun reconociendo que no había carrera á la altura de su milagroso niño, pensaba dedicarlo á ingeniero, porque la abogacía es cosa de charlatanes.

Oiga Vd., prosiguió su interlocutor: no es de ahora que noto yo que me huye Vd. la cara. No huyo la cara ni á Vd. ni á nadie, contestó Varmen; pero no soy amiga de dar conversación á los hombres. Ni yo de sembrar para no coger: ¿está Vd., Varmen? ¿Vd. me desprecia á ? No, señor; yo no acostumbro á bajar á nadie de su estado. ¿Yo? No, señor: yo no abro mi ventana. Á otro se la abrirá Vd.

El secretario se echó á reír, pero se repuso ante la calma imperturbable de su interlocutor. ¿Hay en este momento penados cuya conducta sea ejemplar y que merezcan los favores de que me hablaba usted hace poco? ¡Ah! Ya veo que está usted haciendo averiguaciones serias, dijo el secretario, mirando con curiosidad á Cristián.

Conque ¿qué es lo que se te ocurre, hijo mío? Pues lo que se me ocurre dije yo comenzando a tocar las dificultades de acometer de frente un asunto de tan delicada naturaleza como aquél, cuyo punto de partida era nada menos que la muerte de mi venerable interlocutor , se me ocurre, mi querido tío, algo que se relaciona con otro algo que le a usted esta mañana y me produjo muy honda y muy amarga impresión...

Como si meditase que los enemigos declarados no había que temerlos, pues el capitán daría buena cuenta de ellos, pero había que vigilar mucho á los que se presentaban con cara de amigos, así que uno de éstos se acercaba á D. Félix y le estrechaba la mano y se ponía á conversar con él, ya estaba Talín con ojo avizor. Se colocaba cerca de su amo, con la mirada fija en los pies del interlocutor.

Una mujer dijo a nuestra espalda en voz alta: Manuela, ¿no sabes que los indultan? Acaba de llegar un soldado con el perdón del Rey. Mi interlocutor se volvió instantáneamente, como si le hubiesen pinchado. ¡Qué perdón ni qué ocho cuartos! ¡Qué sabe V. lo que se dice! Pus lo mismito que V. ¡El diablo del hombre!

Hablaba, siempre que podía, al oído del interlocutor, guiñaba los ojos alternativamente, gustaba de frases de segunda y hasta tercera intención, como cubiletes de prestidigitador, y era un hipócrita que fingía ciertos descuidos en las formas del culto externo, para que su piedad pareciese espontánea y sencilla. Todo se volvía secretos.

¿No le parece, señor, que han de venir por allí? decía un hombre a otro que, valido de un pequeño anteojo de larga vista, interrogaba el horizonte con majestad. El interpelado no contestaba nada, y parecía resuelto a emplear la más estudiada reserva con su interlocutor, que se mostraba sumamente interesado en trabar relación con él. ¿Es telescopio ese? insistió el oficioso.

Por cierto que no se explicaba mal ni dejaba de tener su lado interesante mi rudo interlocutor, en quien apenas me había fijado hasta entonces. Era un mocetón fornido, ancho y algo cuadrado de hombros; vestía pantalón azul con media remonta negra, sujeto a la cintura por un ceñidor morado; y sobre la camisa de escaso cuello, un «lástico» o chaquetón de bayeta roja.

Palabra del Dia

bagani

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