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Actualizado: 13 de junio de 2025
Entonces no me necesitas para nada. ¡Está bien! exclamó con impaciencia. Pero cambiando súbitamente de intención, se me puso resueltamente delante y con ruda energía me increpó: Eres estúpido, injusto e insolente. ¿Qué te has creído?... ¿que pretendo sorprenderte? ¡Bonito oficio me atribuyes! ¡No, querido!
El rapaz que está prisionero es el más descomedido e insolente de los rapaces. Me sorprendió al pasar yo sola por la galería, me requebró con desenvoltura, me asió luego entre sus brazos, y a pesar de mi resistencia y de mis gritos, me dio muchos besos. No sé cuántos, porque me los dio tan de prisa que no tuve tiempo para contarlos.
A mas que la traduccion de esta carta se encuentra fingida con la mas estraña ignorancia i la mas insolente desvergüenza literaria; porque está escrita en un lenguaje bárbaro, confusa mezcla de lengua castellana antigua con moderna, i con un poco de portuguesa i gallega.
Cuando Fernanda entró en el gabinete alzó los ojos y clavó en ella una mirada penetrante que la abrazó de la cabeza a los pies. Ni la hermosura ni el porte, singularmente elegante, de la joven debieron dejarle satisfecho, porque la convirtió inmediatamente a los naipes y exclamó con insolente protección: ¡Hola, pequeña! ¿Eres tú? ¿Cuándo has llegado?
¡Oh! exclamó Dorotea. Y de repente rechazó al joven. Alguien se acerca dijo ; alzáos, alzáos. En efecto, Juan Montiño oyó abrir una puerta inmediata y se levantó y fué á tomar su sombrero. No os vayáis dijo Dorotea , quedáos; sea quien fuere, ¿qué importa? Abrióse la puerta y apareció un hombre con traje de soldado. Llevaba calado el sombrero, y su mirada era insolente y provocadora.
El portero le examinó, con mucha calma, de pies a cabeza, con una mirada indiferente e insolente a la vez, y, tras un corto silencio, dijo: Anteayer vino también uno de ustedes... Uno rubio, con grandes bigotes. ¿Le conoce usted? ¿No he de conocerle?... Rubísimo. Hay muchos como usted... que recorren las calles... ¡Escuche! protestó Krilov . Todo eso me tiene sin cuidado. Sólo vengo...
Morsamor y también Tiburcio reconocieron en el fraile abandonado a un antiguo colega del mismo convento en que ellos habían vivido, pero el fraile no reconocía a ninguno de los dos por más que maravillado los contemplaba. Se lo impedían el mágico remozamiento del uno y la gallarda e insolente apostura del otro, tan distinta de la humildad claustral que había afectado cuando era novicio.
Sólo llevaban dos días de amores, y se extrañaba de verse desobedecida, como si los hombres no tuviesen otra obligación que seguirla en todos sus caprichos y su insolente juventud fuese el centro del mundo, en torno del cual debían girar personas y sucesos. Me mataré dijo con energía . Y si no me mato, me marcharé sola. Yo te juro que no llego a aquella tierra... ¡Qué horror!
A aquella pregunta, todos detuvieron sus faenas, y todos callaron; pero las miradas de todos se fijaron en un mozangón que miraba entre turbado é insolente á Montiño. ¿Has sido tú, Aldaba del infierno, has sido tú? exclamó Montiño arrojando con cólera la tapadera, y echando mano á la espada que desenvainó.
Se acordó de cierto asesino de los cuentos de Edgar Poe.... Su mirada fue insolente, provocativa. Saludó como diciendo con los ojos: «¡Toma! ahí tienes esa bofetada». Pero el saludo y la mirada de Mesía quisieron decir: «Vaya usted con Dios; no entiendo palabra de eso que usted me quiere decir».
Palabra del Dia
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