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Actualizado: 3 de junio de 2025
Señora, dijo el doncel muy conmovido, aprecio la alta honra que vos y el señor barón me hacéis, confiándome cargo tan cercano á la persona de uno de los más famosos caballeros del reino. Al aceptar tan gran merced, tanto más bienvenida para mí por las circunstancias y el aislamiento en que me hallo, sólo temo que mi inexperiencia me haga indigno de vuestro favor.
No sólo deseo conocerlo, sino que los informes desfavorables que siempre he tenido de su carácter y método de vida me parecen una razón más para intentar reformarlo y atraerlo al buen camino. El abad movió la cabeza negativamente. Pronto se echa de ver tu inexperiencia.
Porque, en realidad, no se pregunta: «¿cómo será el mundo?», interrogación harto filosófica para sus años y su inexperiencia.
A una hermosura delicada, espiritual, resultado de una maravillosa combinación de encantos, unía un candor y una pureza de ángel; se había casado crecida, más que crecida, á los treinta años, veinticuatro de los cuales los había pasado en un convento, y era, sin embargo, una niña, y tenía en su mirada, en su sonrisa, en su expresión una fuerza imponderable de sentimiento; dormía bajo su inexperiencia, bajo su timidez, una alma vivamente impresionable, ardiente, apasionada, por lo dulce y por lo bello, pero sin aspiraciones, sin comprender su deseo, sin irritarle.
Después eran gañanes, trabajaban la tierra, entregándose a la faena con el entusiasmo de la juventud, con la necesidad de movimiento y el alarde fanfarrón de fuerza, propios del exceso de vida. Derrochaban su vigor con una generosidad que aprovechaban los amos. Estos preferían siempre para sus labores la inexperiencia de los mozos y de las muchachas.
La inexperiencia de la edad y la docilidad de la ignorancia le hicieron, casi niño, aceptar con alegría una misión, a la cual pensó dedicarse por completo, consagrándola la actividad de la inteligencia y el entusiasmo de la fe. Los que labraron su espíritu le hallaron dúctil y obediente para recibir las doctrinas de lo pasado, que fueron amoldándose a su pensamiento como el líquido al vaso.
Ya sé, ya sé sobrina, la idea prueba que ama a mi hija; pero, creeme, la olvidará muy pronto, y cuando vuelva, trataremos de que su corazón no se equivoque más. ¿Entonces, tío, pensáis, que un hombre puede querer dos veces en su vida sin ser un fenómeno? El señor de Pavol me acarició las mejillas, mirándome con una conmiseración provocada tanto por mi pesar como por mi inexperiencia.
La inexperiencia, y sobre todo los bríos de la juventud, daban a las muchachas resolución; pero osaron atravesar el campo por un atajo para evitar los recodos de la calle Mayor, y la risa expiró en sus labios y las lágrimas comenzaron a apuntar en los ojos de Carolina. Retrocedieron, y al llegar al camino, estaban abrumadas de fatiga. Volvámonos dijo Carolina.
La palidez de su rostro tomaba un tinte lívido; la respiración era penosa, breve, irregular, agitada por ruidosos suspiros. De pronto, interrumpiose aquélla con una contracción violenta de los músculos del pecho, y la enferma quedó inmóvil, como si fuese a perecer por asfixia. Maltrana agitábase en torno de la cama, aturdido, sin saber qué hacer, aterrado por su soledad y su inexperiencia.
Esa vida sin ser feliz, porque eso es imposible, aún podría ofrecer algunos atractivos para mí... Tío, ¿tiene confianza en mí? ¿me cree usted digna de guardar esos preciosos recuerdos? Si es así, si no le inspiran recelos mi juventud y mi inexperiencia, déjeme elegir esa existencia, única que yo apetezco, única que me conviene.
Palabra del Dia
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