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Actualizado: 19 de julio de 2025


Las ruedas se hundían profundamente, en el barro del camino, que corría entre las marchitas hierbas del lodazal, y el agua saltaba a cada instante hasta la caja del coche. El que lo conducía poco se preocupaba del paisaje que lo rodeaba: sumido en sus pensamientos, permanecía sumido en su rincón, y sólo se enderezaba a ratos, cuando las riendas amenazaban escaparse de sus manos indolentes.

Debemos consignar un carácter particular que no carece de importancia en las indicaciones del tártaro estibiado, el cual consiste en el endolorimiento y sensibilidad exagerada de todo el cuerpo, mas notable en el epigastrio y vientre; se la observa igualmente en el interior: el estómago está sensible y se resiente hasta del contacto de los alimentos que se ingieren: esta sensacion se reproduce en los intestinos como si estuvieran llenos de cuerpos duros; y por otra parte, el adormecimiento y la estrema debilidad muscular, las manchas de color oscuro bastante grandes é indolentes, la insensibilidad de los dedos cuya punta está seca y como muerta, pueden pasar por el último término de la sensibilidad exagerada, y revelar la naturaleza asténica y su orígen en la influencia de los nervios de la vida orgánica.

»Decía el inglés de la mina, ingeniero de cuenta y hombre de mucho mundo, que era muy de notarse que los villavejanos, tan indolentes y apáticos en cuanto se refería a mejoras y útiles progresos locales, fueran para todo lo demás tan animosos, tan regocijados, hasta bullangueros, y tan susceptibles y quebradizos de piel. Y decía la pura verdad.

Alejandro me alzó en alto para que pudiera ver bien, pero apenas tuve tiempo de columbrar un elástico cubriendo una larga y abundante melena de guedejas indolentes que caían sobre una frente espaciosa y unos ojos color plomo; todo esto sostenido sobre un cuerpo que Doré no habría desdeñado para bosquejar un Lafayette en lontananza.

Allí, la luz de la luna al pasar por los cristales del techo, daba a toda la sala desconcertante aspecto de cueva sepulcral. ¡Qué transformación la de aquella alcoba donde había pasado tantas horas lascivas e indolentes! La puerta que daba al salón de los divanes no estaba del todo cerrada. ¡Con qué valeroso contento advirtió, hacia el rincón obscuro, el trazo de luz!

La casa, hasta entónces triste, de Jucef ardió en saraos, en zambras y en regocijos, y entre el giro acompasado de indolentes bayaderas, resonó sentido y largo, como el suspiro del viento de la palma en el penacho, al compás de guzlas de oro, el melancólico canto del desierto, que suspira el beduino cansado, que sigue á la caravana en sus amores soñando.

El local era una taberna retocada, con ridículas elegancias entre pueblo y señorío; dorados chillones; las paredes pintorreadas de marinas y paisajes; ambiente fétido, y parroquia mixta de pobretería y vendedores del Rastro, locuaces, indolentes, algunos agarrados a los periódicos, y otros oyendo la lectura, todos muy a gusto en aquel vagar bullicioso, entre salivazos, humo de mal tabaco y olores de aguardiente.

Como Rojas insistiese en sus protestas, don Roque añadió para calmarle: Voy á ver si esta vez consigo probar su delito. Le «garanto», don Carlos, que haré cuanto pueda. Y se lamentó de los escasos medios coercitivos de que podía disponer. Toda la tropa á sus órdenes eran cuatro policías indolentes, con uniformes viejos y sin más armas que largos sables de caballería.

Esas luchas pacíficas de las ideas, además de ser un termómetro para el Gobierno, tienen la ventaja de ser más baratas y gloriosas, porque el Parlamento español abunda precisamente en paladines de la palabra, invencibles en el terreno de los discursos. Además, dicen que los filipinos son indolentes y pacatos; ¿qué, pues, puede temer el Gobierno? ¿No influye en las elecciones?

Vagaban indolentes por la terraza, como si hicieran tiempo, Pez, Rosalía y la hermana del intendente. Esta fue a la vivienda del sumiller, y la elegante pareja se quedó sola... El pobre D. Manuel era en verdad digno de lástima.

Palabra del Dia

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