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Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo.

Poniendo término a la cuestión de si Pizarro supo o no firmar me decido por la negativa, y he aquí la razón más concluyente que para ello tengo: En el Archivo General de Indias, establecido en la que fué Casa de Contratación en Sevilla, hay varias cartas en las que, como en los documentos que poseemos en Lima, se reconoce, hasta por el menos entendido en paleografía, que la letra de la firma es, a veces, de la misma mano del pendolista o amanuense que escribió el cuerpo del documento. «Pero si duda cupiese añade un distinguido escritor bonaerense, don Vicente Quesada, que en 1874 visitó el Archivo de Indias , he visto en una información, en la cual Pizarro declara como testigo, que el escribano da fe de que, después de prestada la declaración, la señaló con las señales que acostumbraba hacer, mientras que da fe en otras declaraciones de que los testigos las firman a su presencia».

Si el cronista Oviedo, el de la «Natural Historia de las Indias», había escrito de los americanos las falsedades que los que tenían las encomiendas le mandaban poner, le decía a Oviedo mentiroso, aunque le estuviera el rey pagando por escribir las mentiras.

Por último, y esto era lo que causaba más admiración y envidia entre nosotros, en Sama se había abierto recientemente nada menos que un paseo con docena y media de castaños de Indias puestos en dos filas y ocho ó diez bancos de madera pintados de verde, donde los particulares se repantigaban todos los días para leer las gacetas de Madrid.

Pero antes de abandonar a su mísera gente quiso darla un capitán, y fijó su elección en un mozo extremeño llegado poco antes a las Indias, en el éxodo de gente de espada que siguió al de los navegantes: éxodo que llamaba Fernando «la segunda hornada de conquistadores». Este soldado, que había hecho el aprendizaje de la guerra indiana al lado de Ojeda, llamábase Francisco Pizarro.

El señor Bonilla puntúa así: «... y este es el juro de heredad que más seguro tenemos en el infierno; después, de las Indias fuí a Venecia...»; pero como no ha dicho que fuese a las Indias, sino a Suiza, muy cercana a Italia y a la Valtelina, que era italiana, colígese que a tal puntuación es preferible la mía, aun siendo mía, máxime cuando con ella es clarísimo el sentido del pasaje.

4.o Que para la provision de estos destinos se cumplan las leyes de Indias, que hablan sobre provision de oficios, y se guarden los requisitos y formalidades que ellas prescriben , y cuantas ademas se crean convenientes para substituir algunas de aquellas que deben suprimirse.

Tres dias tardamos en procurar la paz, é informarnos del enemigo, y el cuarto por la mañana, tres horas antes de salir el sol, viendo que estaban mas obstinados, dimos impetuosamente en la ciudad y la rendimos; matando cuanto en ella encontramos, y cautivando muchas indias que nos sirvieron de mucho despues. Murieron en esta batalla 16 cristianos, y quedaron heridos y aporreados otros.

¡Qué hombres!... ¡qué hombres! murmuró con admiración el doctor Zurita. Maltrana, seducido por el entusiasmo de sus compañeros, habló también de los conquistadores. Después de la lucha de siete siglos con los moros, la empresa de las Indias había sido la más popular, la más española.

Robertson, en su Historia universal de las Indias, compara á los indios con los muchachos de la escuela; semejanza que también la encuentran el abate Marden en sus escritos, y Solorzano en su Política Indiana.