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Actualizado: 23 de junio de 2025
Tenía don Eleazar un cuerpo de oso y una cabeza de leona mansa; su cutis fino y terso, a pesar de sus setenta años largos, daba a su rostro cierta capa de venerable distinción y de majestuosa ancianidad que imponían a primera vista.
Ahora se explicaba la repugnancia que había sentido al ponerse en contacto con aquel don Benito tan obsequioso y atento... ¡Y estos sentimientos eran irresistibles! Se los imponían otros que eran más fuertes que él. Los muertos le mandaban, y debía obedecer.
Se hallaba en el último escalón de la desgracia. Había intentado fugarse perforando el suelo en un arranque de desesperación, y la vigilancia pesaba sobre él incesante y abrumadora. Si cantaba, le imponían silencio.
Caso milagroso ocurrido en las Misiones de los Penoquís I 176 Castigos que imponían los corregidores á los indios recién convertidos á la fe católica I 132 Celo apostólico del P. Arce; molestias, persecuciones y peligros por que pasó en las provincias de Chiriguanás, Chiquitos y Guaranís II 125
Don Damián había hecho, es cierto, un gran caudal: esto es lo que veía toda la población de la comarca y lo que excitaba más y más en los jóvenes el deseo de emigrar; pero en lo que se fijaban muy pocos, si es que alguno pensó en ello, era en que don Damián se hizo rico á costa de veinte años de un trabajo constante; que en todo ese tiempo no dejó un sólo día, una sola hora, de ser hombre de bien, ni de cumplir, por consiguiente, con todos los deberes que se le imponían en las dificilísimas circunstancias por que atravesó.
Vestíanse de igual modo que las otras naciones de la provincia. Nótase de particular en sus costumbres el ayuno riguroso de ocho dias que imponian á las muchachas que entraban en la edad núbil, y el regocijo y las libaciones con que celebraban en seguida este feliz acontecimiento. El temor que les inspiraba un genio maléfico, llamado Yinijama, era la base principal de su religion.
Puesto que los acontecimientos se imponían, él no tenía más que inclinarse. Los rayos de sol que brillaban sobre la bandeja de plata, atrajeron sus miradas. ¿Otra carta? dijo, tomando un sobre. ¡Ah! es de la señora de Husson. Y leyó: «Amigo mío: »Esta noche comeremos en Armonville. He resuelto hacer locuras; en seguida iremos a la fiesta de Neuilly.
En ellos era instintiva la violencia; se indignaban ferozmente viendo desoído á Dios, que habla por su boca. Sus crímenes del pasado y sus pretensiones del momento, imponían el deber de combatirlos. Podían respetarse sus creencias, pero vigilándolos como locos peligrosos, teniéndolos en perpetuo estado de debilidad para que no intentaran imponerse por la violencia.
Las ideas que de sus observaciones brotaban chocaron claramente con los preceptos que se le imponían; su buena fe le impulsaba a buscar, cada vez con más ahínco, una opinión, un juicio, que diera solución a sus dudas, algo fuerte en que apoyarse para vivir y creer al mismo tiempo; pero ningún filósofo, ni ningún escrito sagrado le podían dar lo que su propia conciencia se obstinaba en negarle.
Es que Pepe Castro no es usted manifestó la niña de Calderón con marcada displicencia. Maldonado cayó de la región celeste donde se mecía. Aquella frase punzante dicha en tono despreciativo le llegó al alma. Porque cabalmente la superioridad de Pepe Castro era una de las pocas verdades que se imponían a su espíritu de modo incontrastable.
Palabra del Dia
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