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Actualizado: 17 de julio de 2025


Lejos de darse a ellos, como hubiese hecho cualquier adorador impaciente y conste que la impaciencia es el error que malogra más victorias amorosas , don Juan se recogió a reflexionar con frialdad sobre la situación, ni más ni menos que podría un filósofo meditar sobre la ruina de un imperio.

El otro se abrasaba en impaciencia; mas no conseguía obtener de Nicolás sino medias palabras. «Allá veremos... estas no son cosas de juego... Ya tengo las manos en la masa... no es mala masa; pero hay que trabajarla a pulso... esta es la cosa.

Sólo de tiempo en tiempo dejaba oír un suspiro mal contenido. Esos son los relámpagos continuó diciendo para Quevedo. Al cabo de algún tiempo la mujer hizo un movimiento de impaciencia. Encima lo tenemos murmuró Quevedo. ¿Sabéis, caballero dijo al fin la dama , que sois el traidor peor nacido que conozco? Ya lo sabía yo dijo Quevedo.

Cuando me levanté, vi que Roberto había salido del cuarto. Marta me esperaba con los ojos brillantes de impaciencia y de inquietud: quería saber que yo admiraba a su hijo. ¿No es verdad que es lindo? balbució, alzando hacia sus débiles brazos.

La condesa de Lemos se inclinó y salió. Ya lo veis, mi muy amada Margarita: el rey se lleva al esposo dijo don Felipe ; pero os dejo en buena compañía; adiós, tengo cierta impaciencia para saber lo urgente que me trae don Francisco... están pasando por cierto cosas extraordinarias... Adiós... adiós... Y el rey se levantó y saltó por la puerta secreta.

Cerca de ella estaba sentado un coronel joven, recién venido de Madrid, después de haberse distinguido en la guerra de Navarra. La condesa, que no era hipócrita, tenía fijada en él toda su atención. El general Santa María los miraba de cuando en cuando, mordiéndose los labios de impaciencia.

El de Pepe Güeto fue un brazalete que le costó diez mil reales. Don Jaime había encargado a Madrid algunas galas y joyas, que debían llegar de un día a otro. Don Jaime mostraba viva impaciencia; parecía enamoradísimo, y trataba de apresurar la boda.

Un agente sutil y lleno de experiencia descubrió todos los Romagnés de París, excepto el que se buscaba. Encontró un inválido, un tratante en pieles de conejo, un abogado, un ladrón, un corredor del ramo de mercería, un gendarme y un millonario, todos de este mismo apellido. M. L'Ambert se abrasaba de impaciencia al lado del hogar, y contemplaba con desesperación su nariz color de escarlata.

Esperábase, pues, con grande ansiedad la llegada del correo, y con más impaciencia todavía la vuelta del tío Frasquito, que había ido al pasaje Jouffroy en busca de noticias, y la del general Pastor y Cánovas del Castillo, que habían sido llamados con grande urgencia al palacio Basilewsky por la reina destronada.

Dirigióse á la ventura á otra, pero al llegar á ella se abrió y salió una dama. El joven dió un paso atrás, y se quitó el sombrero. La dama que salía dió un ligero grito de sorpresa, y quedó inmóvil. ¿Qué hace este hombre aquí? dijo con la voz notablemente alterada. Perdonad, señora, pero... ¿Pero qué? exclamó con impaciencia la dama.

Palabra del Dia

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