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Actualizado: 17 de julio de 2025
Cuando el excusador subió al púlpito, terminada su plegaria, no pudo reprimir un gesto de impaciencia.
Lo que pasó no sucedió entre ellos solos: yo estaba presente. ¿Cuándo? El día de la muerte, la misma mañana. Puesto que es necesario decirlo todo, voy a explicar a usted por qué me encontraba en aquella casa. Yo sabía que la última explicación debía venir y esperaba con impaciencia que el Príncipe me anunciase su resultado. Pero viendo que no iba a Zurich, vine yo en su busca.
Y prueba de que la cazuela es también paraíso la ofrecen los mismos teatros de este mundo, en los cuales se dice indistintamente paraíso y cazuela. El purgatorio es como el vestíbulo del celestial coliseo, lugar de los que deben esperar con la natural impaciencia.
Estos días se me han hecho tan largos, como cortos los hubiera querido mi impaciencia. ¿Qué consideraciones me detienen? me preguntaba yo, y puesto que toda mi dicha es ella, ¿quién me impide cerciorarme de su amor? No obstante, te lo confesaré, me parece que olvido mis resoluciones cada vez que llega la ocasión de llevarlas a cabo, y así he llegado hasta hoy.
Nada tiene de extraño, pues, que doña Juana de Velasco se sintiese mala al ver su aderezo sobre doña Clara; nada, pues, que esperase con tanta impaciencia á los dos jóvenes. Tenía, á pesar de su prevención hacía ella como conspiradora, gran confianza en doña Clara; sabía cuánto era noble y pura, y en cuanto á hermosa... Como madre, tenía lleno el corazón doña Juana con la esposa de su hijo.
Era tal su impaciencia por llegar a un puertecillo de mar que le habían indicado, que creyendo cortar terreno entró en una de las vastas dehesas, comunes en el sur de España, verdaderos desiertos destinados a la cría del ganado vacuno, cuyas manadas no salen jamás de aquellos límites. Este hombre parecía viejo, aunque no tenía más de veintiséis años.
Yo se la contaría á usted, señor comisario, pero temo molestarle. Además, no sé cómo termina; no me dejaron ver el final. El comisario había vuelto á mirar al techo y á silbar por lo bajo para distraer su impaciencia.
Eso no habría hecho que usted descendiera en su concepto: ella debía pensar que en usted, como hombre, era natural la impaciencia del deseo, que el error había sido suyo, por no haberlo previsto. Tiene usted razón contestó Vérod, meneando lentamente la cabeza. Eso era natural. Usted no puede creer que una cosa natural no hubiera llegado a realizarse.
Ayer mismo, palpitante de deseo, de impaciencia, de amor, aun creía... ¡y hoy!... 26 de agosto. Hay una idea que oprime mi corazón, una idea dolorosa y mortal.
Escuchaba con impaciencia los detalles facilitados por Rosalindo, al que llamaba siempre «el cuyano», apodo que los chilenos dan á los argentinos.
Palabra del Dia
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