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Actualizado: 10 de junio de 2025


El secretario pidió un sorbete; su acompañado, ignorando lo que aquello sería, pidió otro. Sirviéronles los sorbetes. El de Madrid descogolló el suyo de un bocado, con la mayor limpieza imaginable; el aldeano, que desde que vió llegar los refrescos vacilaba en el modo de acometerlos, imitó á su compañero, ¡en mal hora para el desdichado!

Pero contra este acomodamiento estaban todos sus escrúpulos, y la hipótesis del suicidio parecía bien natural si la desdichada había ignorado que la compasión del Príncipe era falsa. Al creerla sincera, ignorando que el Príncipe tenía un nuevo amor, debía haber visto crecer la dificultad de corresponder a las esperanzas de Vérod. Pero ¿ignoraba en realidad el nuevo amor del Príncipe?

A poco de verse abandonada, triste y arrepentida la desventurada Facia, recogióla otra vez don Celso por caridad de Dios; y por caridad de Dios también no la dijo una palabra desde entonces que se refiera de cerca ni de lejos a su locura ni a su desgracia; y a su lado fue creciendo la niña Tona, ignorando los verdaderos motivos de las tristezas y amarguras de su madre, y viviendo en la creencia de que su padre había sido un hombre de bien que, como otros muchos, se había marchado a «la otra banda» para mejorar la fortuna, y que allí había muerto sin conseguirlo, al cabo de los años.

Pero sea la que quiera la propiedad escitante é inflamatoria de la cantárida, se ha usado tanto y con tanta frecuencia en afecciones esténicas y flegmásicas, que, ignorando los médicos las ideas hahnemannianas, comprenden poco sus resoluciones. Mr.

Cuando quisimos salir de la torre, grande fué nuestra sorpresa al hallar cerrada la puerta. Al parecer, el joven guardián, ignorando nuestra presencia, había dado vuelta á la llave, mientras nos hallábamos en la plataforma. La primera impresión fué la de la alegría. La torre era decididamente una torre encantada.

Sannini y el Papa murieron, mientras fray Horacio, ignorando por completo el hecho de que residía sobre una verdadera mina de fabulosa riqueza, continuó viviendo aquí por espacio de dieciséis años, hasta que murió, y yo le sucedí en la ocupación de la celda, donde paso casi seis meses todos los años en meditación y orando.

A pasitos rápidos y cortos, inclinado el cuerpo hacia la tierra, con la cabeza baja y la conciencia temerosa del retraso, venían pegadas a las fachadas de las casas las viejecillas de zapatos de cabra y mantón negro, y adelantándose a ellas iban las muchachas devotas que, como ignorando el poder de la juventud, piden incesantemente al cielo dichas que puede darles el mundo.

Pensé para mis adentros que querían otro par de mulas. ¿Y qué era? ¡Lo increíble! No ignorando, como no ignoraba ninguno de ellos, cuál es mi vida, mi padrastro, en presencia de mi madre, con su aprobación y moviendo la cabeza hacia donde estaba Inesilla, me dijo: «Anda, Nicolasa, ya que has hecho suerte, ¿por qué no te llevas a la chica?» ¡Qué atrocidad!

Ahí tienes la maravillosa arma de la lógica humana, con la cual te hiero para sanarte. Más vale morir aprendiendo, que vivir ignorando. Esta lección terrible puede llevarte hasta la santidad, que es el estado en que yo me encuentro. ¿Y quién me ha traído a a este bendito estado? Pues una lección, una simple lección. Mira, Fortunata, bendito sea el cuchillo que sana.

La verdad, yo, que gobiernen unos o que gobiernen otros, no lo noto nunca... Y aquí me tiene el lector, ignorando si estoy gobernado por Maura, por Sánchez de Toca o por Romanones. En casa no lo notamos. Las patatas cuestan lo mismo. El alquiler no baja. Los guisos salen igual...

Palabra del Dia

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