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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Y rabiosamente, como si se tratara de un enemigo implacable, Antonio le tiró varios golpes con el bichero, hundiendo el hierro en aquella piel viscosa. Las aguas se tiñeron de sangre y el animal se hundió en un rojo remolino. Antonio respiró al fin. De buena se habían librado: todo duró algunos segundos; pero un poco más, y se hubieran ido al fondo.
Al tocar el suelo vaciló sobre sus piernas; luego fué avanzando trabajosamente, moviendo los pies con dificultad, hundiendo su bastón en los surcos. Apóyate, viejo mío dijo la esposa ofreciéndole un brazo. El autoritario jefe de familia no podía moverse ahora sin la protección de los suyos. Se inició la marcha entre las tumbas, lenta, penosa.
Pasaron aún más de cinco semanas después del coloquio nocturno de que acabamos de dar cuenta. El esfuerzo violento y el consumo de vitalidad, hechos por Fray Miguel, para ir hasta la celda del Padre Ambrosio y para hablar con él lo que había hablado, produjeron terrible reacción, hundiendo a Fray Miguel en el mayor abatimiento físico.
Emprendió la marcha, hundiendo en la nieve sus piernas mal abrigadas, aquellos pantaloncillos de verano roídos por los bordes, que apenas si disimulaban las grietas y descosidos de las botas. Sus pies se enfriaron al contacto de la nieve; a los pocos pasos creyó que marchaba descalzo.
Después de la calzadita que pasa por delante de la puerta, otro cercado, con árboles, pradera y tierra labrada, que se va hundiendo poco a poco según se va alejando, lo mismo que la faja de pinos que le contornea por nuestra izquierda.
Al cabo de algunos minutos cambió de postura, suspiró con fuerza y abrió los ojos, que eran negros como la tinta. Fijáronse un instante con vaga expresión de asombro en el duque, y cerrándolos de nuevo murmuró una interjección de carretero, hundiendo al mismo tiempo su cara en la almohada.
Se necesitaba un esfuerzo inmenso para hacer desaparecer tanto muerto. «Vamos á morir después de la victoria pensó don Marcelo . La peste va á cebarse en nosotros.» El agua de los arroyos no se había librado de este contagio. La sed le hizo beber en una laguna, y al levantar la cabeza vió unas piernas verdes que emergían de la superficie líquida, hundiendo sus botas en el barro de la orilla.
Jaime comenzó a ascender por la peñascosa ladera, camino de la torre. Los tamariscos erguían su áspera y rumorosa vegetación de pinos enanos, que parecía nutrirse de la sal disuelta en el ambiente, hundiendo sus raíces en la roca.
Gradualmente la familia se ha ido haciendo cada vez menos visible, á manera de las casas antiguas que van desapareciendo poco á poco merced á la lenta elevación del terreno, en que parece como que se van hundiendo.
Pues a fe mía que ha sido floja mi equivocación dijo Golfín riendo. Yo le guiaré a usted con mucho gusto, porque conozco estos sitios perfectamente. Golfín, hundiendo los pies en la tierra, resbalando aquí y bailoteando más allá, tocó al fin el benéfico suelo de la vereda, y su primera acción fue examinar al bondadoso joven. Breve rato estuvo el doctor dominado por la sorpresa. Usted... murmuró.
Palabra del Dia
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