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Actualizado: 8 de junio de 2025


Todo estaba lo mismo que una hora antes, cuando el humeaba en la taza de Ojeda, ahora vacía, y blanqueaban sobre la mesa los pliegos, cubiertos al presente de compactas líneas. Las personas cercanas a él fumaban silenciosas o seguían sus conversaciones con lentitud soñolienta.

Cuando después de comer, mientras a mi lado humeaba el café y yo languidecía, recostado en el sofá, en una sensación de plenitud y hartura, elevábase dentro de , melancólico, como canto que se escapa de una cárcel, un susurro de acusaciones. ¡Miserable, ese bienestar con que te regalas, no volverá a gozarlo el venerable Ti-Chin-Fú por tu causa!

El fuego chisporroteaba alegremente; la cena humeaba; una vieja servidora narraba después la historia de alguna doncella encantada, y yo quedaba dulcemente dormido sobre el regazo de mi madre. La Arcadia ya no existe. Huyó la dicha y la inocencia de aquel valle. ¡Tan lejano! ¡Tan escondido rinconcito mío! Y sin embargo, te vieron algunos hombres sedientos de riqueza.

Jadeaba al trotar, moviendo su vientre con doloroso vaivén. El regreso era más lento y tranquilo, cuando no se llevaban a casa nuevas remesas de labor. Caminaban cogidos del brazo por las aceras, tibias aún de los ardores del día. Humeaba la población al exhalar en la calma de la noche el fuego con que el sol la había caldeado. La circulación era en las calles menos densa que en el resto del año.

El fusil colgaba de uno de sus hombros, las espaldas estaban abrumadas por la joroba de la mochila, las piernas rojas salían y se ocultaban entre las alas vueltas del capote azul, la pipa humeaba bajo la visera del kepis. Delante de uno de ellos caminaban cuatro niños, alineados por orden de estatura. Volvían la cabeza para admirar al padre, súbitamente engrandecido por los arreos militares.

Me apresuré a alejarme, porque me conocía; si hubiera contestado, habría sucedido allí una desgracia. Tomando por caminos extraviados, evité el salón de baile. No me sentía con valor para afrontar las miradas de las madres. En el corredor humeaba una lámpara de cocina; y salía de allí un ruido de vajilla y risotadas de criadas... ¡Puf! Llamé a la puerta del aposento de Yolanda; nadie respondió.

Con gran extrañeza, la vio oscura y vacía. Pero en aquel instante un leño que humeaba en el hogar se rompió, y a la luz de su llamarada vio a Federico Bullen sentado junto a los amortiguados tizones. ¡Hola! Federico se sobresaltó, púsose de pie y fue hacia él, medio tambaleándose. ¿Los compañeros dónde han ido? dijo el viejo. Al momento vuelven por aquí. Han salido a fuera a dar un pequeño paseo.

Acerca de los inconvenientes prácticos del sistema parlamentario estaban muy de acuerdo la yegua y la borrica que, con un caballo recio y joven nuevamente adquirido por el mayordomo para su uso privado, completaban las caballerizas de los Pazos de Ulloa. ¡Buenas cosas pensaban ellos de las elecciones allá en su mente asnal y rocinesca, mientras jadeaban exánimes de tanto trotar, y humeaba todo su pobre cuerpo bañado en sudor!

Partió para Nápoles y tampoco se encontró mejor. Se habían alojado en Santa Lucía. El más hermoso golfo del universo ondulaba sus aguas azules ante ella; el Vesubio humeaba bajo sus balcones; el sitio estaba bien elegido para vivir y morir.

Katel, Lesselé y Luisa entraron en seguida llevando una enorme sopera que humeaba y dos suculentos asados de vaca, que depositaron en la mesa. Todos se sentaron sin ceremonia, Materne a la derecha de Juan Claudio y Catalina Lefèvre a la izquierda.

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