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Actualizado: 22 de junio de 2025
Un tenue olor de carne perfumada y enferma llegaba hasta Ojeda, pero tan leve, tan vagoroso, que no sabía ciertamente si era su olfato quien lo percibía o su imaginación. Y otra vez pensaba en el ambiente dormido de los antiguos muebles de secreto, que huelen a cartas de amor, polvo, ramilletes secos, cintas olvidadas y polillas. Por la noche había vuelto a hablar con ella largamente.
¿Y ninguno ha dicho, buen ciego, hermano Cigarral, tome ahí esa tarja, o relámase con ese buen cuartalejo de pan?... Vaya, vaya, fuerza será dejar el paso libre a estos cristianos viejos, y ponerse delante de los que no tienen tanta enjundia de rancio en la caridad; pero, ¿quién que tenga sangre pura castellana alargará la mano ante estos miserables aljamisados, que por ladinos que sean, siempre huelen sus pensamientos a Mahoma, como sus palabras a la algarabía?
"Y en cuanto a lo del punto por bajo, miente la bellaca, que soy bien trabado de miembros y muy astreñido de natura que nunca por jamás me permitió hacer tal desaguisado, y por tal todas mis coyunturas y entrecijos huelen a estoraques y canela y estoy a prueba y pago la estrena. Non curo que vos podáis sofrir semejante espulgo si no es que don Lucifer fuese el husmeador.
Al diablo por estos tornadizos dijo el estropeado Cigarral así como vió trasponer al morisco hortelano ; al diablo por estos tornadizos, que siempre responden con sentencias y palabras de compás y medida, que huelen todavía al Alcorán, como pólvora al azufre, y como vasija al primer caldo que encerró en ella.
No se enteraba de la persecución, y yo pasando la pena negra. ¡Ay hija, qué peligro tan grande! Siempre que salía, ¡pin!, me le encontraba. Yo no sé... parecía que me olía como los perros huelen la caza. Una tarde que llovía, me cogió y casi a la fuerza me metió en su coche. Estuve a dos dedos del abismo, casi a dedo y medio; pero no, no caí. ¡Dios mío, qué hombre!, es absurdo».
Tampoco me era difícil encontrar en París, quien me prestara cien sueldos; pero estos expedientes que huelen a miseria y truhanería, me repugnaron decididamente. Para los pobres, esta pendiente es resbaladiza y no quiero aún poner en ella el pie. Para mí sería lo mismo perder la probidad que perder la delicadeza, que es la distinción de esta virtud vulgar.
Al irme á acostar, me encontré sobre la mesita de noche el original de la leyenda, cuya copia literal es objeto del siguiente capítulo. El puente del suspiro. Las mujeres no aman, los pájaros no cantan, y las flores no huelen. ¡Qué triste es un día sin sol!
No lo recuerdo, solo puedo decir que las leí entre las notas de mi cartera, encabezadas con dos renglones que decían: «Recuerdos de Filipinas.» De cómo no es verdad que las mujeres no aman, los pájaros no cantan y las flores no huelen.
Lo que el maestresala puede hacer es traerme estas que llaman ollas podridas, que mientras más podridas son, mejor huelen, y en ellas puede embaular y encerrar todo lo que él quisiere, como sea de comer, que yo se lo agradeceré y se lo pagaré algún día; y no se burle nadie conmigo, porque o somos o no somos: vivamos todos y comamos en buena paz compaña, pues, cuando Dios amanece, para todos amanece.
Un cachito de gloria, ¿sabes?... Nunca pensé estar tan chalado... Desde que saliste de casa, ni cantan los pájaros en la jaula, ni huelen las flores en el balcón, ni el perro hace otra cosa en todo el día que aullar... Todos parecen decirme: «¡Anda por ella!» La joven permanecía silenciosa y grave.
Palabra del Dia
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