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Actualizado: 22 de julio de 2025
La Esfinge lo parecía ya de verdad; y cuando se llega a ese estado de petrificación y de dureza, se vive una eternidad, y no se cuenta por años, sino por siglos, como para los monumentos de los Faraones. Hablando del suceso largamente, llegó a decir la Esfinge: Otra nueva trapisonda tenemos. Basta con oler la carta para convencerse de ello. Todas esas mujeronas huelen a lo mismo.
Esa señorona también es hermosa, principalmente cuando acaba de peinarse y se ha puesto en la cara tantas cosas que huelen bien, traidas de la capital. Pero comparada con usted... ¡qué esperanza!... A mi niña casi la he visto yo nacer, y la marquesa no debe acordarse ya de cuándo vino al mundo.
En mis barrios, en mi casa, sin ir más lejos, conozco yo una muchacha que paece un ángel, y allí se está como flor en cerro, que ni la huelen ni la cogen... hasta que pase el burro y se la coma...; es decir, cualquiera. Guapa, ¿eh? ¿Alguna modista o peinadora? Por ahí, por ahí; pero monísima. Esbelta, graciosa... y cara de buena. Vive sola, en el tercero interior, y debe de ser muy pobrecita.
Aunque no hayáis acertado por completo, aunque siempre no haya sido tan feliz como suponéis con la indiferencia del duque, es cierto que para mí es más bien un gran señor que compra el derecho de entrar en mi casa cuando quiere, que un amante. Vuestros ojos penetran en lo más escondido. Y mis narices, que por algo son largas, huelen donde no huele.
28 Y serviréis allí a dioses hechos de manos de hombres, a madera y a piedra, que no ven, ni oyen, ni comen, ni huelen. 29 Mas si desde allí buscares al SE
Quiero que me deis algo bueno que almorzar, tengo mucha hambre y no puede esperar mi estómago á la mesa de mi hermano don Felipe; paréceme que esas empanadas que acaban de salir del horno, por lo que huelen, son de águilas; apropiadme una. Montiño puso por sí mismo una hermosa empanada en la escudilla del bufón.
Así es que en los hogares se guisa con cierto producto animal, que no sólo da calor, sino perfume, salvando por el aire una o dos leguas de distancia, de suerte que las poblaciones se huelen mucho antes de llegar a ellas, y aun de columbrarse en el horizonte sus campanarios.
Cómo tuvo lugar aquella pesca milagrosa no se sabe; sin duda, el pretendiente, que era pobre, olfateó la herencia en un día de vagancia, como los perros hambrientos que huelen la carne de lejos, y se plantó en la esquina y rondó la casa e hizo todas las tonterías que en semejantes casos se hacen, pero no entró en la fortaleza, porque estaba bien guardada.
EL JEFE. ¿Y crees que no temo, como tú, la cólera de la Virgen al tocar unas mercancías que ¡por Santiago! huelen más a azufre que a cera? EL JEFE. ¡Cállate, impío! EL FILÓSOFO. Después de todo, no son los exorcismos del reverendo los que le quitarán el olor, si es que lo tienen; a mí que me den las mercancías endiabladas, si son más baratas, y yo hago mi negocio; porque soy de opinión...
Ya la alegría de la abuela le parece sospechosa, y esta tarde, en la mesa, cuando pasó a mi lado para servir el postre, le oí murmurar sotto voce: Todos estos misterios huelen a casorio... Hice como que no comprendía. ¿Para qué? La imaginación de la abuela tiene alas y anticipa grandemente los acontecimientos.
Palabra del Dia
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