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Actualizado: 25 de junio de 2025
Nunca se había visto nada semejante, y Materne, indignado, se avergonzaba del miedo de aquella gente, que, pudiendo defenderse, huían de una manera cobarde por egoísmo y por salvar sus bienes.
Cuando le daba por ahí, iba a misa, y aun se le ocurría confesarse; pero de pronto le entraba miedo y lo dejaba para más adelante. Luego venía la contraria, o sea el sentimiento de su inculpabilidad, como una reversión mecánica del estado anterior, y todas las somnolencias y aprensiones místicas huían de su mente.
Y la caza fue larga; los negros les tiraban lanzas y azagayas y flechas: los europeos escondidos en los yerbales, les disparaban de cerca los fusiles: las hembras huían, despedazando los cañaverales como si fueran yerbas de hilo: los elefantes huían de espaldas, defendiéndose con los colmillos cuando les venía encima un cazador.
En todas direcciones huían los despavoridos borrachos, chillando como si los cargase un regimiento de caballería a galope: algunos tropezaban y caían de bruces, y la tralla del Tuerto se les enroscaba alrededor de los lomos, arrancándoles alaridos de dolor. Fustigaba el hidalgo de Limioso con menos crueldad, pero con soberano desprecio, como se fustigaría a una piara de marranos.
Desde entonces brillaron todas las noches luces misteriosas en el mar, y á la salida del sol un enjambre de pececillos venía á situarse frente al barranco, emergiendo sus cabezas del agua para mostrar la hostia que cada uno de ellos llevaba en la boca. En vano quisieron los pescadores quitárselas. Huían mar adentro con su tesoro.
No había duda, le llegaba la mala porque se iba haciendo viejo. Se encontró solo, sin padres, sin hermanos, sin hijos, sin mujer que le quisiera habiendo tenido tantas. Y por primera vez le acosaron los remordimientos, las lágrimas que había hecho verter á algunas infelices. Cuando al cabo alzó la frente, su resolución estaba tomada. Las sombras de la noche huían apresuradamente hacia el Oeste.
Y esta situación duraba días y días, hasta que llegaba la noticia a los fortines y otra tropa se señalaba en el horizonte, compuesta de jinetes con viejos uniformes, peor armados y montados que el enjambre de indios, los cuales solamente huían por hartura, deseosos de poner en salvo su botín.
Los Griegos con el pavor del nombre de Catalanes huian la tierra adentro dejando en los pueblos bastimentos en grande abundancia, con que los nuestros pasaban con mucha comodidad, y libres del daño, que siempre creyeron de faltarles con que vivir. Esta fué una de sus empresas grandes, entrarse por tierras, y provincias no conocidas, sin tener seguridad de alguna plaza, ó de algun Príncipe amigo.
Había que evitar con cuidado burlarse de él o contrariarlo, porque entonces montaba en ira, apretaba los puños, las venas de las sienes se le hinchaban como cuerdas; y, cuando se ponía a jurar, todo el mundo temblaba y hasta los perros huían. N. del T. Su esposa era una mujer dulce, tranquila y sumisa. ¿Habría podido ser acaso de otro modo?
La voluntad era la facultad dominante, característica de su espíritu; todas las demás, el entendimiento, la sensibilidad, la memoria, estaban avasalladas por ella, hasta poder dudarse algunas veces de si existían. Ante el capricho más insignificante, la ternura y hasta el amor maternal huían a esconderse; pero sería injusto afirmar que estaba desprovista de ellos.
Palabra del Dia
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