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Actualizado: 25 de junio de 2025


Los indios, como vieron que faltaba El Capitan que fuerzas les ponia, Y que el cristiano mucho mas ganaba, Y su partido de ellos fallecía, Al son de una bocina que sonaba, En òrden cada cual se retraia: Mas viendo que los nuestros les seguian Sin órden, y con priesa, ya huian.

De noche dormía con zozobra, y muchas veces, al menor ladrido del perro, saltaba de la cama, lanzándose fuera de la barraca escopeta en mano. En más de una ocasión creyó ver negros bultos que huían por las sendas inmediatas. Temía por su cosecha, por el trigo, que era la esperanza de la familia, y cuyo crecimiento seguían todos los de la barraca silenciosamente con miradas ávidas.

Desearía hacer por ella lo que haría por una hija. Y así, en todas las fiestas que doy y en todas aquellas en que intervengo o tengo alguna influencia, hago que asista mi protegida. En una palabra: deseo casarla bien. Los jóvenes de cabeza de ciprés que asistían a la fiesta, al saber que Inés era pobre, huían de ella como de la peste.

Repuesto un poco, al cabo se despidió de sus amigos manifestando que iba derecho á su casa. Se acostó en la cama, pero no pudo gozar de las dulzuras del reposo. Todas sus ilusiones se huían. Aquel amor profundo, el primero y el único de su vida, se disipaba como un sueño. Lo que tenazmente se susurraba hacía tiempo y había llegado varias veces á sus oídos resultaba cierto.

Las familias huían al monte al ver en lontananza a los representantes del rey; los pueblos quedaban desiertos y caían en ruinas. El hambre entraba hasta en el palacio real, y Carlos II, señor de España y de las Indias, no podía algunos días dar de comer a la servidumbre. El embajador de Inglaterra y el de Dinamarca tenían que salir con criados armados a buscar pan en las cercanías de Madrid.

Algunos palos rompiéronse en pedazos; sonaban las espaldas al recibir los golpes con un ruido de cofres vacíos; caían muchos con la cara cubierta de sangre, tropezando en sus cuerpos los que huían, y comenzaron á sonar por todos lados, como chasquidos de tralla, los tiros de los revólvers.

Demostraban no tenerle miedo; le ponían aparte de los demás, eximiéndole de una operación por la que iban pasando todas las personasSiempre que encontraban al verro con otros mozos, registraban a éstos, sin tocar nunca a aquél. De este modo, los atlots, por miedo a perder sus armas, acababan por evitar el trato con el héroe y huían de él como de una atracción del peligro.

Al pasar un grupo por la calle donde ambas Juanas vivían, oyeron de repente el alboroto y vieron el tropel de los que huían de la vaca, y hasta entonces no recordaron el peligro a que se habían expuesto. El escribano, sin pensar en sus hijas, con frac y todo, se subió por los hierros de una reja y logró ponerse en salvo.

De los caídos nadie se cuidó. Unos pedían agua, otros murmuraban nombres de mujeres; pero sus gritos fueron acallados por el rápido pisar de los que huían, brincando entre las matas y removiendo pedruscos que bajaban rodando hasta el barranco.

Huían muchas veces las muchachas, olvidando padres y hogar, cuando se sentían dominadas por el amor; y él, un hombre, un personaje ¿había de quedarse allí, viendo como se alejaba Leonora, triste y llorando, todo porque no perdiese él el respeto de aquella ciudad en la que se ahogaba, y el afecto de una madre que jamás había sabido bajar hasta su corazón con una sonrisa de cariño?

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