United States or Liberia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Ya era hora de buscarle, cual otras veces, para que hiciese el milagro. Había que ir al ayuntamiento: obligar a los señores de viso, gente algo descreída, a que sacasen el santo para consuelo de los pobres. En un momento se formó un verdadero ejército. Salían de las lóbregas callejuelas, chapoteando en el agua como ranas, vociferando su grito de guerra: ¡San Bernat! ¡San Bernat!

Todo era asunto de cerrar una hora antes la taberna; pero dentro de ella jamás tendría la justicia quehacer alguno mientras estuviese él detrás del mostrador. Batiste, después de mirar furtivamente desde la puerta al tabernero, que con la ayuda de su mujer y un criado despachaba á los parroquianos, volvió á la plazoleta.

Había pasado media hora, y los cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocico extendido e hinchado de lamentos bien alimentados y acariciados por el dueño que iban a perder continuaban llorando su doméstica miseria. A la mañana siguiente míster Jones fué él mismo a buscar las mulas y las unció a la carpidora, trabajando hasta las nueve. No estaba satisfecho, sin embargo.

¡Mirá, en hora maza -dijo a este punto el ama-, si me decía a bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor! Suba vuestra merced en buen hora, que, sin que venga esa Hurgada, le sabremos aquí curar. ¡Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerías, que tal han parado a vuestra merced!

En un momento que cogió a Fortunata sola, le dijo temblorosa: «Arrepiéntete de todo, chica, pero de todo... Somos muy malas... no sabes bien lo malas que somos». iii Se acercaba la hora, y en el patio sonaba el rumor de emoción teatral que acompaña a las grandes solemnidades. El pueblo ocupaba el sitio infalible que la curiosidad dispone.

De nuevo el reloj de la caballeriza dio la hora, la media, y creo que después debí dormitar un rato, porque me desperté súbitamente al sentir unos leves pasos furtivos sobre el bruñido piso de roble delante de mi puerta. Escuché, y distintamente que alguien se deslizaba suavemente y bajaba por la gran escalera, que crujía muy despacio.

Aún en esto les sacaba ventaja: el antiguo abolicionista no podía preguntar a un amigo la hora o lo que pensaba del tiempo, sin llamarle aparte con cierto aparato de misterio: los que le veían, siempre juzgaban que estaba tratando algún asunto muy serio y muy escabroso.

Media hora; ya llevaba media hora hablando y aún no había comenzado de veras el discurso. Ahora lamentaba que la Cámara estuviese vacía. ¡Tan bien que marchaba aquello!... Frente a él, en la penumbra de la tribuna diplomática, seguía moviéndose el abanico, distrayéndole con su aleteo. ¡Diablo de señora! Bien podía estarse quieta.

Meditaba de nuevo hasta mediodía en su celda, recibiendo la visita de su director, rezaba el Vía Crucis en los claustros, comía á la una descansando de nuevo hasta las cuatro, y á esta hora bajaba á la capilla para escuchar las pláticas con los otros compañeros de ejercicios.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos. Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo.